El Pescador del Lago Prohibido: Dos Años de Silencio Rotos por un Hallazgo Imposible

Hay lugares en el mapa que la gente aprende a evitar. No están marcados con advertencias oficiales ni cercados por alambre de espino, sino por algo mucho más antiguo y poderoso: el miedo. El Lago Negrasom_bra, enclavado en las remotas colinas de San Xoán, era uno de esos lugares.

Para los ancianos del pueblo de La Hondonada, el lago no era agua; era una tumba. Una entidad silenciosa y hambrienta que, según la leyenda, “no devolvía lo que tomaba”. Era un lugar prohibido, no por la ley, sino por el folclore. Las aguas eran inusualmente oscuras, frías incluso en pleno verano, y con una profundidad que los lugareños afirmaban que era “inconmensurable”.

Samuel “Samu” Vega era un hombre que no creía en el folclore. Era un hombre de sol, sal y viento; un pescador de tercera generación que respetaba el mar, pero se reía de los lagos de montaña. A sus 45 años, Samu era testarudo, fuerte y, según su esposa Clara, “demasiado valiente para su propio bien”.

“Son cuentos de viejas, Clara”, le dijo una mañana de otoño, hace exactamente dos años. “Cuentos para asustar a los niños. Dicen que hay peces allí que nadie ha visto. Peces trofeo. Iré y volveré antes de la cena con una historia que contar”.

Clara sintió el escalofrío que siempre precedía a las desgracias. “Ese lago no quiere visitas, Samu. Hay una razón por la que nadie pesca allí”.

Samu se rio, le dio un beso en la frente y enganchó su pequeño bote de aluminio a su camioneta. “Volveré con la cena”, prometió.

Fue la última vez que Clara lo vio.

Esa tarde, el cielo estaba despejado. No hubo tormentas, ni vientos repentinos. Simplemente, el silencio habitual que envolvía al Lago Negrasom_bra. Cuando el sol comenzó a tocar las cimas de los pinos y la camioneta de Samu seguía sola en el embarcadero de tierra, Clara supo que su miedo se había hecho realidad.

La búsqueda comenzó esa noche. La Guardia Civil, los voluntarios del pueblo, todos acudieron. Rastrearon la orilla con linternas. Al amanecer, trajeron botes.

Pero no había nada que encontrar.

El lago, fiel a su reputación, se había tragado a Samu sin dejar rastro. No había restos flotando. No había manchas de aceite. No había señales de lucha. Su bote, un robusto ‘Valiente’ pintado de rojo, también había desaparecido. Era como si nunca hubiera existido.

El detective a cargo, un hombre pragmático llamado Inspector Rivas, estaba desconcertado. “Es imposible”, le dijo a Clara, frustrado. “Incluso si el bote se hundió, algo debería flotar. Un remo, la nevera portátil, su chaleco… Algo”.

Pero no había nada. El lago guardaba su secreto con una quietud absoluta.

Los días se convirtieron en semanas. Los equipos de buceo descendieron a las aguas heladas, pero la visibilidad era casi nula y las profundidades eran aterradoras. El sonar rebotaba en extrañas formaciones rocosas, pero no mostraba ningún contorno claro de un bote.

La Hondonada se sumió en el luto. La desaparición de Samu reafirmó la leyenda. El Lago Negrasom_bra era un lugar maldito. Clara se convirtió en la viuda de un fantasma, atrapada en un limbo de dolor sin la certeza del cierre. No había cuerpo que enterrar, solo un vacío devorador.

Pasaron dos años.

El tiempo en La Hondonada transcurría lentamente. La tragedia de Samu Vega se convirtió en una cicatriz en la memoria colectiva del pueblo. El caso se enfrió y fue archivado. Clara aprendió a vivir con el eco de la ausencia de su esposo.

La tecnología, sin embargo, no cree en leyendas.

Un equipo de biólogos marinos y geólogos de una universidad de la capital llegó a San Xoán. No estaban allí por Samu. Estaban allí por el lago. Les intrigaban su profundidad anómala y su ecosistema único. Trajeron consigo equipos que la Guardia Civil local no poseía: un sonar de barrido lateral de alta definición y un vehículo submarino operado a distancia (ROV).

Su objetivo era mapear el fondo del lago por primera vez en la historia.

Durante la primera semana, sus hallazgos fueron puramente científicos. Descubrieron fallas geológicas inesperadas y una profundidad que superaba los 300 metros en algunos puntos, una fosa abisal en medio de las montañas.

En el décimo día de su expedición, mientras dragaban el borde de la fosa principal para tomar muestras de sedimento, su red de arrastre de alta resistencia se enganchó en algo pesado.

“Debe ser un tronco de árbol antiguo”, dijo el Dr. Aris, el jefe del proyecto, mientras el cabrestante gemía bajo la tensión. “Sáquenlo despacio. No quiero dañar el equipo”.

El objeto tardó casi veinte minutos en subir desde la oscuridad. La tripulación se reunió en la cubierta de la barcaza de investigación, observando cómo el agua goteaba de la red.

No era un tronco.

Era un amasijo de metal retorcido y lodo. Cuando la red se depositó en la cubierta, la forma se hizo evidente. Era un bote de aluminio. O lo que quedaba de él. Estaba aplastado casi por completo, como si una presión titánica lo hubiera comprimido. Una mancha de pintura roja desvaída era visible bajo el barro.

El corazón de La Hondonada se detuvo. Habían encontrado el ‘Valiente’.

El Inspector Rivas, ahora canoso y a punto de jubilarse, fue llamado a la escena. Clara también fue notificada. Se quedó en el muelle, incapaz de acercarse, mientras los investigadores comenzaban a examar los restos.

El bote estaba lleno de un lodo denso y negro. Pero cuando empezaron a limpiar, encontraron la caja de aparejos de Samu. Estaba cerrada. Luego, encontraron su bota de pesca derecha, atascada bajo un asiento deformado.

Pero de Samu, no había rastro.

“Probablemente fue arrojado fuera del bote cuando… lo que sea que pasó, pasó”, murmuró Rivas.

El Dr. Aris negó con la cabeza. “Inspector, estamos dragando de nuevo. Hay algo más. La red principal se enganchó, pero la red de muestras… trajo otra cosa”.

Le mostró al inspector una bandeja de metal. Sobre ella, goteando agua del lago, había un objeto.

Era la chaqueta de pesca de Samu.

Clara la reconoció al instante. Era un impermeable de alta mar, de un naranja brillante inconfundible, el que ella le había regalado hacía tres navidades.

Pero había algo profundamente perturbador.

La chaqueta estaba completamente cerrada. La cremallera estaba subida hasta el cuello y el velcro de la solapa estaba firmemente presionado. Parecía… inflada, como si todavía hubiera alguien dentro.

Un silencio sepulcral cayó sobre la tripulación. Un técnico forense se acercó con guantes, preparándose para lo peor. Todos esperaban encontrar los restos de Samu Vega.

El técnico, con manos temblorosas, tiró de la cremallera. El sonido fue ensordecedor en el silencio.

Abrió la chaqueta.

Estaba vacía.

No había huesos. No había restos. No había absolutamente nada. Solo lodo negro y agua del lago.

“¿Qué diablos…?”, susurró Rivas. “¿Cómo puede estar vacía? La cremallera estaba cerrada por fuera”.

Clara se acercó, con lágrimas corriendo por su rostro. Miró dentro de la chaqueta vacía que debería haber contenido a su esposo. Y entonces lo vio.

En el fondo del impermeable, donde debería haber estado su pecho, descansaba algo que no pertenecía allí.

No era su cartera. No era su teléfono.

Era una brújula. Una vieja brújula de latón, de un estilo que no se fabricaba desde hacía cien años. Estaba perfectamente pulida, sin una mota de lodo, y la aguja giraba salvajemente, como si no pudiera encontrar el norte.

“Esa… esa no era de Samu”, dijo Clara, su voz apenas un susurro.

Nadie en el equipo de investigación pudo explicarlo. La chaqueta de Samu había sido recuperada, cerrada por fuera, pero vacía por dentro, a excepción de un artefacto antiguo que no le pertenecía.

El Lago Negrasom_bra había devuelto algo, pero no era a Samu. Había devuelto una burla, un acertijo imposible.

El bote fue recuperado, pero la causa de su destrucción sigue siendo un misterio. La presión necesaria para aplastar el aluminio de esa manera no se correspondía con la profundidad a la que se encontró.

Y la chaqueta naranja, ahora prueba en un caso sin cuerpo ni crimen, permanece en una caja en la oficina de Rivas.

Samu Vega nunca regresó con una historia. En cambio, se convirtió en una. La Hondonada ya no susurra sobre el lago; hablan en voz alta. El lago no solo toma; a veces, hace un intercambio. Y la imposible brújula de latón, encontrada en el corazón de una chaqueta vacía, es el precio o el trofeo de un misterio que yace en el fondo oscuro y prohibido del Lago Negrasom_bra.

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