El Misterio de la Sierra de Gredos: La Abuela Dolores Rescata a Dos Crías de Criptido y el Terrorífico Asedio de Toda la Tribu al Día Siguiente

El Misterio de la Sierra de Gredos: La Abuela Dolores Rescata a Dos Crías de Criptido y el Terrorífico Asedio de Toda la Tribu al Día Siguiente

 

En el folclore popular, especialmente en las comunidades que viven en las profundidades de la majestuosa cordillera de Sierra de Gredos (España), las historias sobre criaturas legendarias no son raras. Estos son seres gigantes, peludos, que se esconden en el bosque profundo, a la vez aterradores y símbolos de una naturaleza salvaje e inexplorada. La mayoría de la gente los descarta como meras leyendas, pero para la Abuela Dolores – una mujer que vive sola en el borde del bosque en Extremadura – estas criaturas se convertirían inesperadamente en parte de su destino.

La Abuela Dolores (cuyo nombre completo es Dolores Martín), ya con casi 70 años, vivía en una cabaña de madera sencilla, a horas de camino del pueblo más cercano. Se mudó a la montaña siendo joven, hizo del bosque su hogar y subsistió recolectando hierbas y curando con remedios naturales. Su vida era simple, solitaria y completamente separada del mundo moderno. No temía al bosque; al contrario, lo consideraba un amigo, su sustento y el lugar que guardaba los secretos más profundos.

Una tarde lluviosa a finales de abril del año pasado, mientras la Abuela Dolores buscaba una raíz medicinal rara en una zona donde pocos se atrevían a aventurarse, escuchó unos gritos lastimeros que no se parecían a los de los animales comunes. Eran gemidos débiles, llenos de dolor, que provenían de un profundo pozo de barro.

 

Dos Criaturas Anormales Bajo la Lluvia

 

Su compasión la impulsó a acercarse. Cuando la Abuela Dolores vio la escena, a pesar de estar acostumbrada a las rarezas del bosque profundo, no pudo evitar estremecerse.

Acurrucadas en el pozo de barro había dos crías heridas. Tenían la forma de monos o simios, pero eran mucho más grandes que cualquier primate que ella hubiera visto. Sus cuerpos estaban cubiertos de espeso pelo negro, sus caras eran casi humanas pero con mandíbulas prominentes, y sus ojos irradiaban un miedo extremo. Eran precisamente las criaturas que la gente llamaba el Hombre Grande – crías de Criptido.

Una de las crías estaba atascada bajo un tronco caído, la otra yacía a su lado, gimiendo constantemente como si llamara a su madre. No eran feroces, solo estaban débiles y asustadas. La Abuela Dolores se dio cuenta de inmediato: se habían perdido, y quizás su madre se había ido o no podía regresar por alguna razón.

En ese momento, la Abuela Dolores no pensó en leyendas ni en peligro. Solo vio dos seres vivos indefensos al borde de la muerte. Con la fuerza de una persona experimentada y la habilidad de una sanadora, usó un hacha pequeña para cortar la rama del árbol, liberando a la criatura atrapada. Luego, las cargó suavemente, usando su vieja capa para abrigarlas, y las llevó a cuestas a su cabaña de madera.

 

La Noche del Destino de la Compasión

 

Fue una noche sin dormir para la Abuela Dolores. Las dos crías, estimadas entre 3 y 5 años, todavía temblaban de frío y dolor. Las acostó en una cama limpia de paja, usó alcohol medicinal para masajear sus heridas y les dio agua de arroz.

Lo sorprendente fue que no se resistieron en absoluto. Miraron a la Abuela Dolores con ojos grandes y redondos, distraídos pero llenos de confianza. No emitieron ningún sonido, solo sollozaron suavemente. La Abuela Dolores notó que poseían una inteligencia bastante alta, entendían sus gestos y sabían reconocer la ayuda.

Mientras las cuidaba, la Abuela Dolores percibió un olor característico, fuerte pero no desagradable, como el olor a tierra húmeda y hojas secas. También notó que la herida de una de las crías era bastante grave, parecía una mordedura o un desgarro profundo, posiblemente causado por un animal más grande.

La Abuela Dolores, después de terminar su trabajo, se sentó junto al fuego, mirando a las dos criaturas. Su corazón estaba lleno de curiosidad y una vaga sensación de preocupación. Sabía que había hecho algo extremadamente arriesgado. Si su tribu las encontraba, ¿qué pasaría? El bosque tiene sus propias leyes.

Esa noche, el viento silbaba por las rendijas de las ventanas. El más mínimo ruido hacía que la Abuela Dolores se sobresaltara. Estaba segura de que, si estaban vivas, los padres de estas dos crías las estarían buscando a toda costa.

 

Toda la Tribu Aparece: El Asedio en Silencio

 

A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol se filtraron entre las hojas, la Abuela Dolores se despertó. Vio a las dos crías de Criptido durmiendo profundamente, su respiración regular. Estaba a punto de cocinar gachas cuando escuchó ruidos inusuales.

No era el sonido de los pájaros, ni el del viento. Era el sonido de ramas secas rompiéndose. Muchos sonidos de ramas rompiéndose, desde todas las direcciones.

La Abuela Dolores salió de la casa. La escena ante sus ojos casi congeló su sangre.

Su pequeña cabaña de madera estaba completamente rodeada.

De pie, silenciosamente en el borde del claro, a unos 20 metros de la casa, había un grupo de criaturas gigantes. Se estimaba que había entre 15 y 20, todas altas, de pie sobre dos piernas, con un pelaje marrón oscuro o gris negruzco cubriendo sus cuerpos. Sus rostros apenas mostraban emoción, pero sus ojos, profundos y agudos, miraban directamente a la Abuela Dolores. Eran los Criptidos adultos – toda la tribu.

No gruñían, no gritaban, no hacían ningún gesto amenazante. Simplemente estaban allí, formando un círculo de asedio silencioso, pacientes. Este silencio era aún más aterrador que cualquier rugido.

La Abuela Dolores se dio cuenta de inmediato: estos eran los padres y otros miembros de la tribu, que habían seguido el rastro de las crías durante toda la noche. Habían venido a reclamar a sus hijos, pero sus acciones mostraban una extraña cautela. No irrumpieron por la fuerza, no atacaron. Parecía que estaban esperando una decisión de la Abuela Dolores.

 

El Momento del Equilibrio Entre la Naturaleza y la Humanidad

 

La Abuela Dolores sabía que se encontraba en el umbral entre la vida y la muerte. Un movimiento en falso podría llevar a una muerte terrible. Pero decidió no tener miedo. Recordó la mirada de confianza de las dos crías la noche anterior.

La Abuela Dolores regresó lentamente a la casa, tomó a las dos crías de Criptido que aún dormían y las sacó de la cama de paja. No se las entregó de inmediato. En cambio, las colocó suavemente en el umbral de la puerta, justo delante de la tribu.

Luego, hizo algo que nadie más se atrevería a hacer. Se arrodilló lentamente, usando un dedo para tocar ligeramente la herida en la pierna de la cría más grande. Miró directamente a los ojos de un Criptido enorme, probablemente el macho alfa o su padre, y usó el lenguaje más simple que el bosque podía entender: La compasión.

Señaló la herida, luego se señaló a sí misma y, finalmente, señaló los frascos de hierbas medicinales colocados en el alféizar de la ventana. Su gesto parecía decir: “Las he curado. Necesitan cuidados. No les hice daño.”

Toda la tribu permaneció en silencio, pero había una tensión palpable. El Criptido más grande dio un paso adelante, más cerca. La Abuela Dolores no se echó atrás, sus ojos permanecieron tranquilos y bondadosos.

Después de un momento que pareció una eternidad, ese Criptido emitió un sonido bajo y áspero, casi un suspiro. Se acercó, levantó suavemente a las dos crías en sus fuertes brazos, revisando rápidamente las heridas.

Lo inesperado sucedió a continuación.

 

El Regalo de la Tribu y la Gratitud Silenciosa

 

Después de cargar a las dos crías, el Criptido líder no se fue de inmediato. Volvió a mirar a la Abuela Dolores, y luego inclinó la cabeza, un gesto que ella interpretó como respeto o gratitud.

Luego, otro miembro de la tribu avanzó. Colocó en el umbral de la casa de la Abuela Dolores un manojo de raíces de plantas extremadamente raras, un tipo de raíz que ella había buscado toda su vida pero nunca había encontrado: una medicina capaz de curar las enfermedades más graves.

Era un regalo, una retribución por la bondad.

Después de dejar el regalo, toda la tribu Criptido comenzó a moverse. No se dirigieron directamente al bosque profundo, sino que se movieron en círculo, pasando por el borde del bosque detrás de la casa de la Abuela Dolores, como si quisieran asegurarse de que ella estaba a salvo. Desaparecieron tan rápido y silenciosamente como habían aparecido.

La Abuela Dolores, solo en ese momento, suspiró de alivio y se sentó en el umbral de su casa, sosteniendo el precioso manojo de raíces. Había arriesgado su vida, pero a cambio, había ganado la confianza y el respeto de las criaturas consideradas las más feroces del bosque.

La historia de la Abuela Dolores no se contó ampliamente, porque no tenía teléfono y tampoco quería convertir su vida en un espectáculo. Sin embargo, una vez, le contó la historia a un viejo guardabosques de la zona.

El guardabosques, después de escuchar, solo asintió. Dijo: “El bosque tiene sus propias leyes, Abuela Dolores. Usted salvó una vida del bosque, y el bosque nunca lo olvidará. Ha sido protegida por la tribu Criptido. A partir de ahora, nadie en esa zona se atreverá a hacerle daño.”

Ese evento cambió completamente la vida de la Abuela Dolores. La zona alrededor de su casa se volvió extrañamente pacífica. Nunca más vio la sombra de los Criptidos, pero sintió una protección invisible, una conexión profunda entre la pequeña mujer y las criaturas gigantes y misteriosas de la Sierra de Gredos. La historia de la compasión que trascendió la barrera de las especies se convirtió en una leyenda silenciosa en el corazón de la montaña.

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