Los ojos de Esmeralda: La historia de una niña extraordinaria que sobrevivió al circo y encontró una familia

Los ojos de Esmeralda
En 1870, Erica notó que su marido pasaba demasiado tiempo en el sótano. “Parece que esconde algo”, pensó. Cuando bajó, lo vio frente a una jaula grande y oxidada, y se sorprendió, pues dentro de ella había lo que parecía ser un hombre cubierto de pelo de pies a cabeza. El hombre no llevaba ropa.
Erica preguntó a su marido:
—¿Qué significa esto?
—Amor, no lo vas a creer… acabo de comprar a esta criatura.
—¿Cómo así?
—Me la vendió un dueño de circo. Dijo que fue capturada en una selva africana. La exhibían en el circo, pero enfermó, y me la vendió barata pensando que moriría. Como soy médico, logré curarla; tenía fiebre.
—Vaya, ¿¡Esa cosa no muerde!?
—No. Puedes tocarla. Ahora será nuestra mascota, ya que nuestro perro Billy murió.
—¿Pero no habla?
—¿Hablar? Estás bromeando, esta cosa es medio mono.
El marido salió del sótano, y Erica acarició la cabeza de la criatura, sintiendo algo profundo al mirar sus ojitos verdes como esmeraldas.
Con el tiempo, Erica empezó a sentirse fascinada por la criatura. Le llevaba comida, la acariciaba, y la criatura siempre respondía lamiendo su mano. Un día, Erica notó sangre en el suelo de la jaula. La olió y dedujo:
—Creo que no eres macho… parece menstruación.
Entonces, con delicadeza, tomó unas tijeras y abrió la jaula, permitiendo que la criatura se sentara en su regazo. Tenía el tamaño de un adolescente. Cuando Erica comenzó a cortar el pelo del rostro, pecho, piernas, brazos y nuca, se llevó un susto: bajo el pelaje había un rostro humano, manos y piernas normales. Aunque caminaba algo encorvada, era una hermosa muchacha de, como máximo, 16 años. Erica la llamó Esmeralda, por sus ojos verdes.
Cuando habló con su marido, él respondió:
—¿Era una chica? ¿Pero cómo es posible?
—Sí, y no un mono. Tiene una rara enfermedad que hace que el cuerpo se cubra de vello. Por eso era difícil notar que era humana.
—¿Y podrá hablar?
—No lo sé… quizá sea muda. Pero aunque lo fuera, puede oír y quizá entender. O, si fuera sorda, podemos usar dibujos.
Erica dibujó la figura de una niña en una pizarra y se la mostró a Esmeralda. Señaló el dibujo y luego a Esmeralda. Era como decirle con imágenes: “Esta eres tú, una niña, ¿lo entiendes?”. Esmeralda asintió con la cabeza. Así, Erica comprendió que era sorda y muda, pero que podía comunicarse mediante dibujos. Durante años, Erica le enseñó de todo: desde comportarse en la mesa hasta escribir. Fue difícil, pero con mucho cariño y ternura lo logró. Ahora, Esmeralda tenía su propia habitación, vestía como una joven de la época y tenía una apariencia bellísima, ya sin aquel espeso vello en el cuerpo.
Un día, Esmeralda empezó a ponerse triste: no comía, no quería estudiar y volvió al sótano oscuro, donde se quedaba acostada. Erica, con todo cariño, acarició su cabello y le preguntó:
—¿Qué te pasa, Esmeralda? ¿Qué es lo que te duele?
A través de los dibujos, Erica conoció la triste historia de Esmeralda: había nacido en una familia pobre con dos hermanos mayores que también sufrían la enfermedad. Fueron vendidos al circo cuando la familia ya no tenía dinero ni para comer. Su madre enloqueció a los 29 años y murió tras beber veneno. Su padre la cuidó solo hasta que, por el vicio en la bebida que desarrolló después de la muerte de su esposa, el gobierno quiso llevar a Esmeralda a un orfanato.
En el orfanato fue maltratada por su enfermedad, llamada “monita” por los demás. Humillada cada día, tanto por las monjas como por los otros niños. Aun así, nunca perdió el deseo de ser amada. Cansada de aquello, decidió escapar usando una cuerda hecha de sábanas para bajar por la ventana. En la calle, vivió una vida dura, hasta que un dueño de circo la encontró y la llevó para exhibirla.
En el circo, tuvo una vida relativamente buena: comida y cierta convivencia, pero odiaba ser mirada como un monstruo. Cuando enfermó de neumonía y alta fiebre, por dormir en una jaula sin protección contra el frío, fue vendida al marido de Erica, y así terminó allí. Su último deseo era ver a sus hermanos, los únicos que seguían vivos, ya que había sabido en el circo que su padre había muerto de cirrosis, enfermedad del hígado causada generalmente por el alcoholismo crónico.
Erica le dijo:
—¡Esmeralda, no te rindas! ¡Todavía podemos encontrar a tus hermanos! Cree en los milagros, porque sí existen, y son reales. Pero ahora tienes que volver a comer, hija mía. No quiero verte así, tan triste. Vamos… come, por favor.
Entonces, Erica habló con su marido, y juntos hicieron todo lo posible por localizar a los hermanos.
Un domingo…
Cuando los hermanos de Esmeralda llegaron, no vinieron solos. La familia que los había adoptado, un matrimonio bondadoso, también abrió los brazos para ella.
En ese instante, Erica comprendió algo mayor: Esmeralda no solo reencontraba a sus hermanos, sino que ganaba una nueva familia extendida. Todos se sentaron juntos, rieron, lloraron, compartieron historias y recuerdos.
El marido de Erica, que antes veía a Esmeralda como “una curiosidad médica”, también se conmovió. Le pidió perdón por no haber comprendido su humanidad desde el inicio y prometió tratarla siempre como a una hija.
En los días siguientes, la casa se llenó de vida. Esmeralda ayudaba a poner la mesa, reía mientras aprendía nuevas palabras a través de dibujos y corría por el jardín con sus hermanos. Por primera vez, sentía que pertenecía de verdad a un hogar.
Erica, observando aquella escena, sonrió en silencio. Comprendió que, a pesar de todo el dolor e injusticia del pasado, la vida aún podía sorprender con milagros simples: un abrazo, una mirada, la oportunidad de empezar de nuevo.
Y así, Esmeralda ya no era solo una chica que había sobrevivido… era alguien que por fin vivía, rodeada de amor, irradiando esperanza para todos a su alrededor.
Fin

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