El 27 de junio de 2018, en la parte norte del Gran Cañón, el guardaparques James Foster encontró algo que cambiaría su percepción de la naturaleza para siempre. Dos mochilas estaban cuidadosamente colocadas junto a un saliente rocoso del Sendero Tonto. Una era de un azul brillante con el escudo de la Universidad de Jaale, y la otra verde oscuro, con una brújula pegada en el exterior. Junto a ellas descansaban una cámara profesional en su funda protectora y dos botellas de agua medio llenas. No había rastros de lucha, ni señales de accidente, nada que indicara peligro. Solo objetos personales abandonados, como si sus dueñas hubieran pensado regresar en cuestión de minutos.
Las mochilas pertenecían a Brena Mitchell, de 27 años, maestra de primaria en Prescott, Arizona, y Sabana Reis, de 26, fotógrafa profesional de Santa Fe, Nuevo México. Amigas desde la universidad, habían planeado pasar una semana explorando una de las maravillas naturales de Estados Unidos. Lo que parecía un paseo rutinario se convirtió en uno de los casos más misteriosos en la historia de los parques nacionales.
“Fue el hallazgo más extraño en mis 15 años de servicio”, recuerda Foster. Las pertenencias no mostraban ningún daño. Los objetos estaban intactos, limpios, organizados, como si hubieran sido dejados con cuidado hacía apenas unas horas. Pero el Sendero Tonto no es un lugar concurrido; solo unos pocos turistas lo recorren al día, y nadie había estado allí cuando se encontraron las mochilas.
Brena y Sabana habían sido vistas por última vez el 25 de junio, dos días antes del hallazgo. Una joven pareja de turistas alemanes capturó una foto de ambas bajando desde el mirador Angel Wind hacia el sendero Bright, un camino que no estaba dentro de su itinerario registrado. Se veían tranquilas, seguras. Sabana no paraba de fotografiar las rocas y el horizonte, mientras Brena anotaba algo en un cuaderno, concentrada.
El misterio crecía con cada detalle. ¿Por qué unas turistas experimentadas, con su ruta cuidadosamente planificada, decidieron desviarse por un sendero peligroso y poco transitado? ¿Por qué dejaron sus mochilas, su equipo más valioso, en un lugar abierto? Cuando se activó la búsqueda a gran escala, participaron cientos de guardabosques, voluntarios, perros de rescate, helicópteros y drones. Sin embargo, fuera de las mochilas y algunas huellas en la arena que desaparecían en la pendiente rocosa, no se encontró rastro alguno de las chicas. Sus teléfonos permanecieron mudos, sus tarjetas intactas. Como si se hubieran desvanecido en el aire.
Las mochilas contenían todo lo necesario para una semana de caminata: mapas con rutas planificadas, ropa de repuesto, botiquín de primeros auxilios, bengalas, provisiones. Incluso había una pequeña libreta de Brena, con la última anotación fechada esa misma mañana. Sabana había fotografiado el amanecer y escrito que vio una luz en el desfiladero al este. Todo parecía indicar que estaban listas para una aventura, nada para prever su desaparición.
Brena Mitchell era descrita como el alma de la fiesta, pequeña, pelirroja, con ojos verdes brillantes, y una energía que contagiaba a quienes la rodeaban. Maestra apasionada, convertía cada clase en una aventura al aire libre, enseñando a los niños a reconocer plantas, estrellas y paisajes. Para ella, la naturaleza era un segundo hogar.
Sabana Reis, por otro lado, era tranquila y contemplativa. Fotógrafa profesional, paciente, capaz de esperar horas por la luz perfecta para una toma. Su agilidad y discreción le permitían acercarse a la fauna sin ser notada. Ambas se complementaban: Brena, la planificadora; Sabana, la soñadora. Juntas, formaban un equipo inseparable.
Habían planificado este viaje durante meses. Revisaban mapas, pronósticos, equipamiento, y registraron su ruta oficialmente en el Parque Nacional. Nada indicaba que algo pudiera salir mal. La última selfie de Sabana en Instagram las mostraba frente al cartel del Gran Cañón, con la leyenda: “Listas para sumergirnos en una de las maravillas más increíbles de la naturaleza. La gran aventura comienza”.
Ese entusiasmo fue lo último que sus familiares recordaron. Brena habló con su madre, llena de alegría y confianza. Sabana llamó a su padre, tranquila pero con un dejo de cansancio por el viaje. Nadie podía imaginar que esa sería la última vez que serían vistas con vida.
El misterio estaba apenas comenzando, y cada detalle, por más pequeño que pareciera, prometía revelar un secreto que cambiaría todo lo que creíamos saber sobre el Gran Cañón.
La noticia de su desaparición se extendió rápidamente. Guardabosques, voluntarios y familiares se movilizaron con la esperanza de encontrarlas a salvo. Helicópteros sobrevolaban los acantilados, drones inspeccionaban los senderos más inaccesibles y equipos de rescate rastreaban cada huella en la arena, pero todo parecía desvanecerse en el Gran Cañón. Cada día que pasaba sin noticias aumentaba la preocupación; cada intento de señal en los teléfonos móviles terminaba en silencio absoluto.
Las mochilas y la cámara seguían siendo los únicos indicios de su presencia. Cada objeto parecía decir lo mismo: alguien había estado allí y luego simplemente había desaparecido. El detective Carl Daniels, encargado del caso, recordaba la extrañeza del hallazgo: “Revisamos literalmente cada metro cuadrado en un radio de 8 kilómetros desde el lugar donde aparecieron sus pertenencias. El Gran Cañón es un lugar inhóspito, con precipicios y terrenos remotos, pero que dos mujeres en excelente forma física desaparezcan sin dejar rastro es algo sin precedentes”.
Los documentos y mapas encontrados dentro de las mochilas demostraban la preparación meticulosa de Brena y Sabana. Cada ruta estaba planificada, cada campamento previsto, cada provisión contabilizada. Los equipos de rescate no encontraban ninguna explicación lógica. Incluso las huellas que se habían registrado en la arena desaparecían al pie de pendientes rocosas, como si nunca hubieran existido.
Familiares y amigos recordaban sus últimas comunicaciones con una mezcla de incredulidad y angustia. La madre de Brena, Linda Mitchell, recordaba la llamada de su hija: llena de entusiasmo y confianza, asegurando que siempre regresaba a casa. Robert Reis, padre de Sabana, rememoraba las palabras tranquilizadoras de su hija, aunque con un leve tono de cansancio. Todo parecía normal. Nada en sus gestos indicaba que algo estaba mal.
Cada testimonio de los turistas que las vieron añadía más preguntas que respuestas. Las amigas habían decidido descender por un sendero no planeado, desviándose de su ruta registrada. Sabana se detenía para fotografiar la luz y los paisajes, mientras Brena anotaba cada detalle en su cuaderno, concentrada. Nadie podía entender por qué, siendo tan meticulosas y experimentadas, habían tomado un camino peligroso y poco transitado.
El tiempo pasó y la operación de rescate se extendió durante semanas. Guardabosques veteranos que habían visto casi todo en sus carreras se mostraban perplejos. No había señales de caída, de animales salvajes ni de intervención humana. Era como si Brena y Sabana hubieran dejado atrás sus pertenencias y se hubieran desvanecido en el aire.
La desaparición se convirtió en un enigma que desafió toda lógica. Ningún indicio, ninguna señal, ninguna pista clara. Cada objeto, cada huella parcial, cada nota en el cuaderno de Brena parecía apuntar a algo que nadie podía comprender aún. El Gran Cañón, con toda su majestuosidad y peligrosidad, ocultaba un secreto que parecía imposible de revelar.
Los medios comenzaron a cubrir la historia, describiendo a Brena y Sabana como aventureras experimentadas, con pasión por la naturaleza y un historial impecable de exploración. Amigos y familiares insistían en su responsabilidad y preparación. No era posible que desaparecieran sin dejar rastro, y sin embargo, allí estaban: dos mujeres perfectamente capaces, desaparecidas en uno de los lugares más imponentes y controlados de Estados Unidos, dejando tras de sí mochilas, cámara y misterio.
Mientras la búsqueda continuaba sin resultados, la pregunta que rondaba la mente de todos se hacía más urgente: ¿qué había sucedido realmente después de que descendieran por el sendero Bright? ¿Qué fuerza o circunstancia había logrado hacer desaparecer a dos mujeres en plena salud, completamente equipadas, en un lugar conocido y rastreado?
Y así, lo que comenzó como un día de aventura, con fotografías del amanecer y notas en un cuaderno, se transformó en un misterio que nadie podría olvidar, un enigma que permanecería enterrado entre los acantilados y sombras del Gran Cañón, esperando a ser revelado…
La operación de búsqueda comenzó de inmediato. Guardabosques, voluntarios y familiares se movilizaron por tierra y aire, recorriendo cada sendero y acantilado que pudieran haber transitado Brena y Sabana. Helicópteros sobrevolaban el cañón, drones inspeccionaban áreas remotas, y perros de rescate olfateaban cualquier indicio. Pero por más que rastreaban, no había señales de las chicas más allá de las mochilas y la cámara abandonadas. Las huellas que se encontraron en la arena desaparecían al pie de las pendientes rocosas, como si nunca hubieran existido.
El detective Carl Daniels, encargado del caso, declaraba con frustración: “Revisamos literalmente cada metro cuadrado en un radio de ocho kilómetros desde el lugar donde aparecieron las mochilas. El Gran Cañón es inhóspito, con precipicios y terrenos remotos, pero que dos mujeres en excelente forma física desaparezcan sin dejar rastro es algo sin precedentes”.
Cada objeto hallado contaba una historia de preparación y cuidado. Las mochilas contenían mapas detallados, provisiones, ropa de repuesto, un botiquín de primeros auxilios, bengalas y otros equipos de senderismo. Todo indicaba que habían planificado meticulosamente la excursión, que habían previsto cualquier imprevisto. Nada de esto explicaba por qué habían abandonado sus pertenencias en un lugar abierto, aparentemente sin intención de regresar.
Familiares y amigos estaban desconcertados. Linda Mitchell, madre de Brena, recordaba la última llamada con su hija: llena de entusiasmo, asegurando que siempre regresaba a casa. Robert Reis, padre de Sabana, rememoraba la breve conversación con su hija: tranquila, algo cansada por el viaje, pero segura. Todo parecía normal, todo parecía rutinario.
Los testimonios de los turistas que las vieron bajando del mirador Angel Wind hacia el sendero Bright añadían más preguntas que respuestas. Las amigas se desviaron de su ruta registrada, un camino peligroso y poco transitado. Sabana fotografiaba cada roca y cada atardecer, mientras Brena anotaba diligentemente en su cuaderno. Era imposible entender por qué dos mujeres tan experimentadas y precavidas habrían decidido tomar un riesgo tan grande sin ninguna señal de alerta.
Los días se convirtieron en semanas, y la búsqueda no arrojaba resultados. El Gran Cañón, con toda su majestuosidad, parecía haberlas absorbido sin dejar rastro. Ni una señal de caída, ni indicios de animales salvajes, ni rastros humanos. Era como si hubieran desaparecido en el aire, dejando atrás solo mochilas, cámara y un misterio que se volvía cada vez más insondable.
La historia comenzó a captar la atención de los medios. Brena y Sabana fueron retratadas como aventureras experimentadas, apasionadas por la naturaleza y con un historial impecable de exploración. Amigos y familiares insistían en su responsabilidad y previsión. No era posible que desaparecieran sin dejar rastro; sin embargo, ahí estaban: dos mujeres perfectamente capaces, desaparecidas en uno de los parques nacionales más conocidos y controlados de Estados Unidos, dejando tras de sí únicamente objetos personales y preguntas sin respuesta.
Mientras la búsqueda continuaba sin éxito, surgía una pregunta inevitable: ¿qué ocurrió realmente después de que descendieron por el sendero Bright? ¿Qué fuerza o circunstancia logró hacer desaparecer a dos mujeres jóvenes, fuertes y preparadas, en un entorno conocido y monitorizado? Cada día que pasaba profundizaba el misterio, y el Gran Cañón, con sus acantilados y sombras, parecía guardar celosamente su secreto, esperando el momento en que alguien se atreviera a revelarlo.
Pasaron siete largos años. La desaparición de Brena y Sabana se convirtió en un misterio congelado en el tiempo, uno de esos casos que los guardabosques y detectives recordaban con frustración y asombro. La atención pública se desvaneció, la operación de búsqueda se archivó, y las mochilas abandonadas se convirtieron en un símbolo de lo inexplicable: la evidencia de que algo había sucedido, pero sin pistas para entender qué.
Y entonces, un día de verano de 2025, la historia dio un giro que nadie esperaba. Brena Mitchell apareció de nuevo en Prescott, como si el tiempo y la naturaleza hubieran conspirado para devolverla intacta. Su cabello seguía pelirrojo, sus ojos verdes brillaban con la misma intensidad de siempre, y su presencia parecía irradiar una calma impenetrable. Sus familiares y amigos quedaron atónitos. Nadie podía comprender cómo alguien podía desaparecer durante tanto tiempo y luego regresar, viva y con historias que desafiaban toda lógica.
La primera entrevista de Brena fue breve pero poderosa. Su relato comenzó con detalles minuciosos de su experiencia en el Gran Cañón, describiendo un mundo subterráneo escondido bajo los acantilados, una red de cavernas y túneles que no aparecía en ningún mapa oficial. Allí, dijo, habían sido testigos de un ecosistema completamente distinto, con especies de flora y fauna desconocidas, y habían encontrado refugio en esos pasadizos que las mantuvieron a salvo mientras buscaban la manera de regresar.
Sabana, por su parte, permaneció allí en silencio durante la narración de Brena. Su cámara, guardada y protegida en ese mundo oculto, contenía imágenes que documentaban cada rincón de las cavernas, revelando paisajes y criaturas que desafiaban toda explicación. Cada foto era un testimonio silencioso de su supervivencia y de la magnitud del secreto que habían descubierto.
La comunidad científica, los guardabosques y los medios quedaron fascinados y desconcertados. Todo lo que se había asumido durante años como una desaparición inexplicable, ahora tenía una explicación tangible: el Gran Cañón, con todos sus mapas, senderos y rutas registradas, ocultaba rincones que ni siquiera los expertos podían imaginar. La valentía y la astucia de Brena y Sabana habían sido la única barrera entre la desaparición definitiva y la supervivencia.
Sin embargo, más allá del asombro, había una lección silenciosa y poderosa: la naturaleza siempre guarda secretos, incluso frente a quienes creen conocerla por completo. La experiencia de Brena y Sabana demostró que la curiosidad, la preparación y la determinación podían abrir puertas invisibles, revelar mundos ocultos y, en última instancia, desafiar todas las expectativas.
Cuando finalmente Brena volvió a la superficie, lo hizo no solo con vida, sino con la certeza de que lo que habían vivido cambiaría para siempre la manera en que el mundo veía el Gran Cañón. Su historia, contada con calma y precisión, dejó claro que, aunque el tiempo y el silencio podían intentar borrar la memoria, la verdad siempre encuentra una forma de emerger, incluso desde los rincones más oscuros y olvidados de la naturaleza.
Y así, lo que comenzó como una excursión rutinaria de dos amigas apasionadas por la aventura terminó convirtiéndose en un testimonio de supervivencia, misterio y descubrimiento, recordándonos que incluso los lugares más conocidos pueden esconder secretos inimaginables, esperando a quienes tengan el valor de encontrarlos.