En un verano de 2017, la vida de ocho jóvenes amigos se desvaneció en el Lago de Chapala, el oasis de Jalisco. Lo que empezó como una escapada para celebrar el cumpleaños de una de las chicas se convirtió en una de las desapariciones más enigmáticas y dolorosas que México ha visto. Por cinco años, el lago guardó su secreto, sus aguas tranquilas ocultando una verdad oscura que la policía no pudo o no quiso ver. El caso de Tyler Camden y sus siete amigos se unió a la larga lista de tragedias sin resolver, un fantasma que atormentaba a sus familias, dejándolas con una dolorosa pregunta: ¿qué pasó en el Lago de Chapala?
La respuesta, sin embargo, no estaba en el fondo del lago, sino en la obsesiva búsqueda de Alex, el hermano mayor de Tyler. Él fue el único que se negó a aceptar el destino de los jóvenes. Durante 1,887 días, Alex se levantó cada mañana con una misión: encontrar a su hermano. Armado solo con una computadora, un café de olla y una base de datos de seguros, Alex buscó sin descanso, convencido de que la respuesta a la desaparición no era un accidente, sino un crimen.
Su perseverancia dio frutos de la manera más inesperada. En una mañana de martes, cinco años y dos meses después de la tragedia, una llamada de un desconocido llamado Aarón Mills, un aficionado a los drones, cambió todo. Aarón, sobrevolando un manglar restringido en el extremo norte del lago, vio algo que le heló la sangre. Decenas de lanchas abandonadas, algunas sumergidas, otras pudriéndose en hileras, como un cementerio marino. El corazón de Alex se detuvo al ver el video: una lancha, con un casco blanco y un borde azul, una mella familiar cerca de la proa, la misma embarcación en la que su hermano había salido hace cinco años, se encontraba allí.
El hallazgo fue un golpe de realidad que, sin embargo, le dio una nueva esperanza. Con el apoyo de un viejo detective, Ray Holloway, el barco de Tyler y sus amigos fue sacado de su fúnebre reposo. El interior de la lancha, enlodado y lleno de escombros, reveló el horror de la verdad. No encontraron restos, pero sí objetos que pertenecían a los jóvenes. Una gorra de béisbol de los Charros de Jalisco, un diario y, lo más importante, el teléfono de Sophia, protegido por una funda impermeable. La policía pudo recuperar los datos de la tarjeta de memoria, los cuales se convirtieron en la prueba clave de la tragedia.
Las fotos y los mensajes de texto recuperados del teléfono de Sophia pintaron un cuadro aterrador. Al principio, las imágenes mostraban a ocho amigos felices, riendo y disfrutando de su día en el lago. Pero el ambiente cambió rápidamente. Una de las fotos, con una hora en la que la felicidad aún abundaba, mostraba a los jóvenes en una playa, con Tyler y Jake examinando algo cerca del motor de la lancha. Era un pequeño dispositivo cuadrado, un rastreador GPS. Una de las tantas piezas del rompecabezas que apuntaban a una sola dirección: el crimen.
Luego, el teléfono reveló una serie de fotos escalofriantes. En una de ellas, el grupo se veía desde lejos, en el agua, como si alguien los estuviera espiando. El metadato del archivo indicaba que la foto había sido transferida al teléfono de Sophia, no tomada por ella. Era un mensaje directo, una advertencia, una forma de decirles que estaban siendo vigilados. Después, en una serie de imágenes posteriores, la sonrisa en los rostros de los jóvenes desapareció, y en su lugar, el miedo se apoderó de ellos. Las fotos mostraban el acercamiento de una lancha más grande, con ventanas oscuras y dos hombres a bordo, mientras el pánico se reflejaba en los rostros de los amigos.
El video de 47 segundos recuperado del teléfono fue la prueba definitiva. En él, la voz temblorosa de Sophia preguntaba quiénes eran los hombres que se acercaban, y la voz de Tyler, preocupada, respondía que los habían estado siguiendo por una hora. La grabación terminaba abruptamente, dejando un eco de pánico en el aire. La policía concluyó que la desaparición de los jóvenes no fue un simple accidente. Habían sido perseguidos, acorralados y, finalmente, asesinados para proteger un secreto millonario.
Con la verdad en las manos, Alex emprendió una misión aún más personal: ir de familia en familia, buscando respuestas. Los padres de los jóvenes compartieron anécdotas extrañas que, en su momento, parecían irrelevantes, pero que ahora, a la luz de los descubrimientos, cobraban un sentido siniestro. Un padre recordó que alguien se metió en el garaje antes de que su hija se fuera, sin robar nada, solo revisando sus pertenencias. Una madre recordó que un supuesto empleado de la compañía de seguros pidió información personal de su hijo, y la madre de Khloe, la única que conservó la tarjeta del supuesto agente, le entregó a Alex la pieza final del rompecabezas.
La tarjeta pertenecía a un tal Carl Brennan, un investigador de seguros marinos y dueño de la empresa “Lakeside Marine Recovery Services”. Alex, con su intuición a flor de piel, buscó la empresa en Google. La página web de la compañía mostraba una galería de lanchas recuperadas, todas ellas en el mismo cementerio de lanchas donde había encontrado la embarcación de su hermano. El dueño, el mismo hombre que había intentado obtener información de la familia de Khloe, era el cerebro detrás de todo. Un negocio legítimo servía como fachada para robar lanchas, cobrar el seguro y, en algunos casos, asesinar a los testigos.
El detective Holloway, un hombre de la ley, le advirtió a Alex que la evidencia que tenía era circunstancial. Pero Alex no se rindió. Con sus propios medios, investigó y descubrió que en los últimos cinco años, 36 personas habían desaparecido en el Lago de Chapala, todas en lanchas de alquiler. Y la mayoría de las investigaciones de reclamos de seguros de esos botes robados o extraviados, valorados en 12 millones de dólares, habían sido llevadas a cabo por Carl Brennan. El patrón era claro, no eran coincidencias, era un negocio.
Mientras Alex y Holloway discutían los próximos pasos, una llamada anónima a la policía alertó sobre una actividad sospechosa en el manglar del Lago de Chapala. Cuando llegaron, el lugar estaba vacío, pero las huellas de neumáticos frescos revelaron que alguien había estado allí. El corazón de Alex se detuvo al ver que la lancha de su hermano ya no estaba. Había sido retirada para destruir la evidencia. El asesino sabía que lo estaban persiguiendo y estaba actuando con desesperación.
En ese momento, Alex recibió un mensaje de texto de un número desconocido: “Deja de buscar o únete a tu hermano”. La amenaza directa confirmó sus sospechas: Brennan era el responsable. Pero también fue un ultimátum, un aviso de que el asesino estaba dispuesto a todo. El detective Holloway le imploró a Alex que dejara la investigación en manos de la policía. Sin embargo, Alex se negó. El sistema le había fallado a su hermano una vez, y no permitiría que le volviera a fallar. Alex caminó hacia su camioneta, con una nueva determinación en su corazón, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que el asesino de su hermano pagara por sus crímenes. Su búsqueda para encontrar la verdad había llegado a un nuevo y peligroso punto, pero Alex no tenía miedo. Por fin, la verdad sobre la desaparición de su hermano había salido a la luz, y ahora, era el momento de la justicia.