El misterio de Mark y Sarah: la pareja que desapareció en Death Valley y el secreto enterrado bajo la arena

En la vasta inmensidad de Death Valley, donde el calor rompe récords y el tiempo parece derretirse en el aire, la historia de Mark y Sarah se ha convertido en una de las leyendas más inquietantes del desierto estadounidense. No se trataba de dos viajeros imprudentes; eran una pareja organizada, con mapas, cámaras y planes claros. Pero en julio de 2001, lo que comenzó como una caminata más en su ruta por el suroeste terminó en uno de los enigmas más perturbadores de las últimas décadas.

La última vez que se les vio fue en Furnace Creek Visitor Center. En las imágenes de seguridad, Sarah ajusta su coleta mientras Mark bromea con un ranger sobre “una última aventura antes de volver a San Diego”. Compraron agua, postales y un folleto de senderismo. Luego caminaron hacia su SUV blanco de alquiler y saludaron a un guardabosques que les devolvió el gesto. Nadie los volvió a ver.

Horas más tarde, un empleado del parque divisó el SUV detenido al costado de Warm Springs Road. Mark parecía revisar un mapa mientras Sarah se ataba las botas. Nada extraño. En el desierto, parejas paran constantemente para orientarse o descansar. Pero aquella sería la última pista clara.

Al día siguiente no se registraron en el motel de Nevada donde debían pasar la noche. Sus familias pensaron en problemas de señal, un retraso sin importancia. Pasaron dos días antes de que se diera la alarma. En Death Valley, ese lapso es fatal: la supervivencia en julio sin agua se mide en horas, no en días.

Cuando los rangers iniciaron la búsqueda, la temperatura alcanzaba 122° F en Furnace Creek y 126° F en Badwater Basin. El SUV fue encontrado una semana después, medio enterrado en dunas en Anvil Canyon. Lo extraño: estaba cerrado con llave, con gasolina en el tanque y el motor en buen estado. En el interior, botellas de agua vacías, un mapa marcado con una X, una guía de senderismo y un cuaderno de cuero con notas de Mark. En sus páginas, una revelación inquietante: alguien les había hablado de una cueva perdida, un antiguo túnel minero cerca de Warm Springs.

Las búsquedas fueron intensas. Helicópteros, caballos, drones, voluntarios. Nada. Ni huellas, ni ropa, ni restos. El desierto parecía haberlos tragado enteros. Los rumores crecieron: ¿se desorientaron? ¿Se toparon con criminales que usan los cañones como rutas ocultas? ¿O realmente encontraron la cueva?

Los más viejos recordaban la tragedia de los “Death Valley Germans”: una familia alemana desaparecida en 1996 en circunstancias similares. Sus restos fueron hallados trece años después gracias al investigador aficionado Tom Mahood. Las comparaciones eran inevitables.

Los años pasaron. El caso se enfrió. Hasta que en 2009, un mapa hallado por un excursionista en un viejo cajón de mina agitó nuevamente la historia. Dibujado a mano, mostraba rutas y notas obsesivas sobre un “posible colapso de túnel” cerca de Anvil Canyon, con una X marcada. Nadie pudo confirmar su origen, pero parecía encajar con la obsesión de Mark por los sitios mineros.

En silencio, un nuevo equipo de búsqueda se organizó, esta vez con Mahood. Tras cruzar mapas topográficos, imágenes satelitales y la vieja X, caminaron hasta una zona nunca explorada a fondo. Y allí, bajo el sol inclemente, algo apareció: primero un trozo de tela, luego una depresión en la arena, y finalmente un brazalete metálico con el nombre de Sarah grabado.

No era casualidad. El terreno mostraba signos de hundimiento, como si ocultara un espacio vacío bajo la superficie. Con sondas, confirmaron la existencia de una cavidad de varios metros de profundidad. Una antigua mina colapsada, cubierta por décadas de arena.

Durante días excavaron con cuidado, como arqueólogos. Aparecieron vigas podridas, clavos oxidados y el olor penetrante de lo que alguna vez estuvo vivo. La evidencia era clara: Mark y Sarah no se habían perdido. Habían caído —o entrado— en un túnel que el desierto había sellado con el tiempo.

El hallazgo nunca fue anunciado oficialmente. El brazalete y los registros quedaron bajo custodia, y el debate persiste: ¿reabrir el caso o dejar que el desierto guarde sus secretos? Lo cierto es que la historia de Mark y Sarah alimenta la leyenda de Death Valley como un lugar donde la aventura y el peligro se confunden, y donde los secretos enterrados esperan pacientemente ser descubiertos.

Hoy, casi un cuarto de siglo después, el misterio sigue latiendo. Sus familias aún esperan respuestas definitivas, y los buscadores saben que cada pista, por mínima que sea, puede cambiarlo todo. Porque en Death Valley, nada se pierde realmente; solo espera, bajo la arena ardiente, a que alguien se atreva a mirar más de cerca.

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