El Misterio de Laya Mendoza: La Excursionista que Desapareció en Utah y Fue Hallada Seis Años Después en una Trama de Crimen y Engaño

La historia de Laya Mendoza es una de esas que parecen salidas de una novela de suspenso, pero que estremecen aún más porque son absolutamente reales. Una desaparición inexplicable, una investigación que durante años no arrojó respuestas y un hallazgo escalofriante que destapó una trama de crimen, engaño y violencia.

El inicio del viaje soñado

El 14 de septiembre de 2012, Laya Mendoza, una joven de 23 años originaria de Portland, Oregon, abordó un avión rumbo a Salt Lake City. Su plan era cumplir un sueño largamente anhelado: una expedición en solitario por el bosque nacional de Uinta-Wasatch en Utah. No era una improvisada. Al contrario, Laya era meticulosa, una perfeccionista. Junto a su padre, Kalin Mendoza, revisó mapas, equipo de emergencia y estableció una regla clara: cada 72 horas debía enviar un mensaje simple, “todo bien”.

Pero ese mensaje nunca llegó. Pasaron tres días, luego seis. Kalin sintió cómo la angustia lo iba devorando. Presentó la denuncia y la maquinaria de búsqueda se puso en marcha. Helicópteros, equipos de rescate, patrullas en tierra. El auto de Laya apareció intacto, estacionado en el inicio del sendero. Ni un rastro fuera de lugar. No había ramas rotas, ni señales de campamento, ni objetos abandonados. Nada. Como si se hubiera desvanecido en el aire.

La investigación se enfría

El invierno cayó y con él la esperanza de encontrarla. En 2014, el caso fue archivado como “frío”. Para la burocracia era solo un número más, pero no para su padre. Kalin llamó, insistió, guardó intactas las pertenencias de su hija, mantuvo vivo el recuerdo.

En 2014 un detective, Logan Price, retomó el caso. Minucioso, revisó cada archivo digital de Laya. Encontró un detalle curioso: su participación en un antiguo foro de excursionistas llamado Ridgeline Collective. Allí había mantenido conversaciones con un usuario inquietante, “Karen Wraith”. Este hablaba obsesivamente de “desaparecer sin dejar huella”. Laya parecía intrigada, pero no convencida. Sin embargo, ese contacto no llevó a nada sólido. La investigación volvió a estancarse.

El hallazgo inesperado

El 2018 cambió todo. Un joven pescador, Noah Briggs, vio algo extraño bajo el agua del lago Silus, un remoto sitio fuera de cualquier sendero marcado. Un bulto amarillo, un saco de dormir. Pero lo que contenía en su interior estremeció a todos: un cuerpo humano, envuelto con alambres y pesas para que nunca flotara.

Pronto confirmaron que el saco correspondía al mismo modelo de Laya, pero dentro estaba el cuerpo de un hombre: Ezra Griffin, un excursionista de Arizona desaparecido en 2012, apenas días después que Laya. La coincidencia fue perturbadora.

El motel olvidado

La pista clave apareció en un pedazo de tarjeta escondido entre los mapas de Laya. Decía “Light” y tenía un número parcial de Utah. El rastro llevó a un lugar decadente: el Starlight Motor Inn, un motel de carretera olvidado. Allí, registros antiguos confirmaron que en septiembre de 2012, Ezra había estado en la habitación 7 con un coche de placas de Arizona.

Una exempleada, Marisol Row, fue hallada años después. Su testimonio fue devastador: vio a Laya y Ezra en aquel motel, pero también a un tercer hombre, al que describió como “el malo”, alguien con mirada peligrosa. Contó haber escuchado gritos, un golpe seco y luego silencio. Días después, vio a ese hombre cargando algo pesado al auto, mientras Laya, pálida y vacía, lo acompañaba.

El rastro oculto de Ezra

La investigación reveló un lado desconocido de Ezra: no era solo un amante de la montaña, también trabajaba como mensajero clandestino, transportando bienes ilegales en sus rutas de senderismo. Todo apuntaba a que Laya se había cruzado con él en el peor momento, convertida en testigo involuntaria de un negocio oscuro.

Las pesquisas dieron finalmente con un nombre: Lucas Ward, un criminal experimentado con antecedentes de violencia y extorsión, pero que siempre había logrado escapar de la justicia.

La confesión

Ward fue arrestado en 2018. En los interrogatorios primero lo negó todo, hasta que, confrontado con pruebas y testigos, pidió “un trato”. Terminó confesando. Admitió haber matado a Ezra en el motel, obligando a Laya a ayudarle a ocultar el cuerpo en su propio saco de dormir, hundiéndolo en el lago. Luego abusó de ella y la mantuvo bajo su control, hasta finalmente asesinarla y enterrarla en el desierto de Great Basin.

Un mapa dibujado a mano por el propio Ward llevó a los agentes hasta su tumba improvisada, bajo unas rocas, donde los restos de Laya fueron encontrados tras seis años de incertidumbre.

Justicia y legado

Ward fue condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional por los asesinatos de Ezra y Laya. Para Kalin Mendoza, padre de Laya, no hubo alivio real. Pero al menos pudo dar sepultura a su hija. La lápida lleva solo una frase: “Entró en la naturaleza sin saber que sería su último viaje”.

La historia de Laya y Ezra quedó como una advertencia y un caso de estudio en la formación de detectives. La persistencia, las pruebas digitales y los testimonios olvidados demostraron que incluso las desapariciones más frías pueden resolverse.

Hoy, donde antes estuvo el Starlight Motor Inn, demolido, hay un discreto marcador en la carretera. No recuerda un negocio, sino dos vidas que se cruzaron en el lugar y el momento equivocados, y una verdad que costó seis años y un océano de dolor descubrir.

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