¿Un pacto con la oscuridad? El hallazgo de 7 cunas en una mansión de San Luis Potosí aterroriza a los expertos.

El aire de San Luis Potosí, usualmente tranquilo y pintoresco, se ha cargado de un miedo ancestral. Lo que comenzó como una rutina de trabajo para un grupo de albañiles en el corazón del centro histórico, ha desenterrado un secreto tan oscuro que hace que la piel se erice. La historia de una casona antigua que se creía abandonada, ha cobrado vida de la manera más aterradora imaginable. Hoy, te adentramos en una pesadilla que se ha vuelto real para todos los que osaron perturbar el descanso de sus antiguos y olvidados ocupantes.

El equipo de restauración, liderado por el experimentado Joaquín, había comenzado un ambicioso proyecto: convertir una casona del siglo XIX en un hotel boutique. El trabajo marchaba según lo planeado, derribando tabiques modernos añadidos hace décadas, hasta que un joven llamado Ramón notó algo inusual. Detrás de una pared que se suponía vacía, apareció un hueco sellado de forma extraña. La curiosidad superó al miedo y, al terminar de derribar el tabique, el equipo se quedó paralizado. Ante ellos, incrustada en el muro, había una pequeña cuna de madera. El hallazgo era perturbador en sí mismo, pero la inquietud creció cuando notaron que no era la única. Una por una, a medida que avanzaba la demolición, aparecieron más cunas. Siete en total. Siete pequeños ataúdes de madera, sellados con una mezcla de cal y cemento.

Este macabro descubrimiento detuvo de inmediato los trabajos. El arquitecto encargado del proyecto, Gabriel Mendoza, llamó al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La experta en arqueología Elena Vázquez y el historiador local Dr. Julián Montero se sumaron al equipo de investigación, trayendo consigo un arsenal de herramientas científicas y documentos históricos. La primera impresión de la doctora Vázquez fue escalofriante: los símbolos tallados en la madera de las cunas no eran ornamentales, sino antiguas “protecciones”. Su conclusión fue aún más inquietante: la casona no estaba siendo protegida de una fuerza externa, sino de lo que había dentro de las cunas.

Los días que siguieron fueron una mezcla de tensión y horror. Los expertos del INAH comenzaron la meticulosa extracción de las cunas. Cada una de ellas fue liberada de su prisión de cemento, revelando una artesanía centenaria y los complejos símbolos tallados que desconcertaban incluso a la doctora Vázquez. Los símbolos eran una mezcla de la iconografía católica y prehispánica, un sincretismo común en prácticas de protección contra males sobrenaturales. Lo más aterrador fue que, a medida que el trabajo avanzaba, un llanto débil y lejano, como el de un bebé, comenzó a escucharse desde las paredes de la casa. Un sonido que todos negaban haber oído, pero que el pánico en sus rostros delataba. Los cimientos de la casona, cargados de una historia de siglos, guardaban un pasado mucho más oscuro de lo que nadie se atrevía a imaginar. .

El punto de quiebre llegó en la madrugada. Los oficiales de seguridad asignados para vigilar la casona, Santiago y Pedro, llamaron a Joaquín, aterrados. El cemento que sellaba las cunas se había agrietado de forma espontánea, y un líquido oscuro goteaba lentamente. La explicación, según el Dr. Montero, era mucho más escalofriante que cualquier cuento de fantasmas. Tras investigar en los archivos diocesanos, el historiador había descubierto un diario de un sacerdote de la época que revelaba un secreto espeluznante. La familia Irigoyen, antigua propietaria de la mansión, había huido abruptamente de la casa en 1887. La razón: habían hecho un pacto oscuro para conseguir riqueza. Siete nodrizas y sus bebés, todos desaparecieron misteriosamente. El sacerdote, en un intento por contener lo que había sido liberado, selló las cunas con los restos de un ritual macabro.

La historia se tornó aún más oscura cuando el Dr. Montero reveló que la familia Irigoyen había estado sacrificando a los bebés de sus nodrizas a una entidad conocida como la “Roba Niños”. Este ser, que prometía transformar a los infantes en betas de plata pura, había traicionado a la familia en el último ritual, liberando algo que les hizo huir despavoridos. En ese preciso momento, un grito ensordecedor se escuchó desde el interior de las paredes. Las cunas, una por una, comenzaron a desmoronarse, revelando lo que contenían en su interior: pequeños cuerpos, no de carne y hueso, sino de plata pura, con ojos tan negros como el vacío. Las siete criaturas, una vez liberadas, comenzaron a emitir un llanto metálico que reverberaba por toda la casona.

El caos se desató. La entidad, la “Roba Niños”, se manifestó como una silueta translúcida, flotando por encima de las aterradas personas que estaban en el salón. Su voz, suave y aterradora, les explicó que habían despertado a sus hijos y que ahora era el momento de alimentarlos. La “Roba Niños” demandaba un intercambio: por haber perturbado el descanso de los siete, siete nuevos sacrificios debían ser entregados. Sin embargo, en medio del terror, el Dr. Montero, el sacerdote Ignacio y la doctora Vázquez descubrieron una terrible verdad en los documentos antiguos. La plata no fortalecía a la entidad, sino que la debilitaba. La criatura había transformado a los niños en plata, utilizándolos como “baterías” para absorber su esencia lentamente y mantenerse viva.

Joaquín, en un acto de valentía desesperada, recordó una sierra circular que habían dejado en la habitación contigua. Sabiendo que el metal era el punto débil de la entidad, se lanzó sobre las criaturas plateadas, cortándolas una por una. El sonido del disco contra el metal, las chispas volando y el grito de agonía de la entidad, fue una escena dantesca. Con cada criatura destruida, la manifestación de la “Roba Niños” se debilitaba, volviéndose más inestable. Al final, con las siete criaturas destruidas, la entidad lanzó un último grito desgarrador y se desvaneció, dejando tras de sí un eco de llanto que se fue perdiendo en el aire. Las cenizas plateadas de los cuerpos de los niños, ahora transformadas en lo que parecían cenizas humanas, cayeron al suelo.

Joaquín, la doctora Vázquez, el Dr. Montero y los sacerdotes, se quedaron en un silencio aturdido, incapaces de procesar lo que acababa de suceder. La casona, una vez un lugar de riqueza y opulencia, se había convertido en el escenario de una batalla contra un mal ancestral. Las cenizas, una vez recogidas, fueron puestas en pequeños féretros para darles un descanso final. La casona, que se había convertido en un campo de batalla, ahora es un lugar de purificación. El ritual, que combina tradiciones católicas y prehispánicas, busca limpiar el lugar de la energía residual.

La casona, en el corazón de San Luis Potosí, se ha convertido en un símbolo de cómo la ambición y la codicia pueden abrir la puerta a la oscuridad más profunda. La historia de la familia Irigoyen y la “Roba Niños” es un recordatorio de que los pecados del pasado nunca están verdaderamente enterrados y, en ocasiones, regresan para cobrar su precio. Aún hoy, algunos juran escuchar el débil llanto de un bebé en las noches de tormenta, un eco de una historia que San Luis Potosí nunca olvidará.

Related Posts

Our Privacy policy

https://tw.goc5.com - © 2025 News