El 17 de diciembre de 1945, mientras Estados Unidos celebraba el fin de la Segunda Guerra Mundial y los soldados regresaban a casa con desfiles y banderas ondeando en las calles, en un remoto valle de los Alpes austríacos ocurrió un hecho que permanecería oculto durante siete décadas. Cinco jóvenes médicos militares del 47º Batallón Médico del Ejército de EE. UU. desaparecieron sin dejar rastro junto con un pequeño pueblo alpino. Nadie volvió a verlos. Lo que parecía un misterio inexplicable se convirtió en uno de los casos más enigmáticos y trágicos de la posguerra.
Los protagonistas fueron hombres que, a pesar de su juventud, ya habían cargado con el peso del infierno de la guerra:
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Sargento Michael Torres, líder del grupo, veterano que había salvado incontables vidas en tres frentes distintos.
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Cabo James Patterson, apenas 20 años, pero con la destreza quirúrgica de un cirujano experimentado.
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Robert Chen, un joven callado que hablaba alemán con fluidez y fungía de traductor.
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William Hayes, exestudiante de medicina de Chicago que abandonó su carrera para servir.
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Tommy Sullivan, el más joven, de 19 años, que soñaba con regresar a Boston y casarse con su novia, Margaret.
Su misión parecía sencilla: instalar un hospital de campaña en un pueblo llamado Sank Gorgon, atender a los civiles heridos y catalogar material médico abandonado por los nazis en retirada. Nada comparado con las trincheras, las batallas ni los horrores que ya habían vivido.
El 16 de diciembre enviaron su última transmisión radial. Todo estaba en orden. Un día después, el silencio absoluto. Cuando los superiores enviaron un equipo de búsqueda, encontraron un escenario inquietante: el pueblo entero había desaparecido. Las casas abiertas, las chimeneas aún humeantes, platos con comida a medio terminar. El hospital improvisado, vacío, con todo el equipo desaparecido. Solo una placa de identificación de Sullivan incrustada en el suelo quedaba como prueba.
Durante semanas, el ejército rastreó la zona sin éxito. Se habló de luces extrañas en las montañas, de ruidos de motores en la noche, pero nada pudo confirmarse. En enero de 1946, el caso fue archivado y los cinco fueron declarados desaparecidos en acción.
Sus familias nunca se resignaron. Margaret O’Brien gastó todo lo que tenía en viajes e investigaciones privadas. Carlos Torres, hermano del sargento, se convirtió en periodista para perseguir la verdad. Décadas después, su libro The Lost Battalion mantuvo vivo el recuerdo, aunque sin respuestas.
Todo cambió en 2015, cuando un grupo de excursionistas del Club Alpino de Salzburgo descubrió un acceso camuflado a una cueva en los montes Teninger Burge. Lo que hallaron en su interior parecía detenido en el tiempo: un hospital subterráneo intacto, camas, bisturís, cartas personales, incluso un tablero de ajedrez congelado en medio de una partida entre Patterson y Chen.
Era el Hospital de Campaña Bravo-7, creado por los propios médicos desaparecidos. Sus pertenencias aún estaban allí, con nombres grabados en cada litera. Más impactante aún: diarios fechados días después de su supuesta desaparición.
Los documentos revelaron la verdad: los cinco habían recibido órdenes falsificadas, supuestamente de oficiales estadounidenses que en realidad llevaban meses muertos. Los emisores eran agentes nazis que buscaban apoyo médico para un plan desesperado: la Operación Resurrección, un intento de reorganizar a los restos del ejército alemán en los Alpes y lanzar un último contraataque.
Al descubrir el engaño, los médicos se convirtieron en prisioneros. Sin embargo, en lugar de rendirse, empezaron a sabotear desde adentro. Chen recopilaba información fingiendo colaborar; Hayes envenenaba suministros; Sullivan y Patterson dañaban comunicaciones y armas. Su líder, Torres, organizó un plan sistemático para debilitar al enemigo mientras mantenían la fachada de obediencia.
El diario de Sullivan es un testimonio estremecedor: “Torres dice que luchamos. Hayes dice que corremos. Chen dice que nos escondemos. Patterson dice que rezamos. Yo digo que hacemos las cuatro cosas”.
El 20 de enero de 1946 lanzaron su propia ofensiva, bautizada Operación Hipócrates, en honor al juramento médico que los guiaba. Con ingenio convirtieron suministros médicos en explosivos, inutilizaron sistemas eléctricos y de comunicación, y atacaron en la oscuridad. Los reportes nazis encontrados describen a los cinco como “fantasmas” que aparecían y desaparecían en los túneles.
Lograron lo impensable: desmantelar por completo la Operación Resurrección, destruir arsenales y neutralizar a decenas de soldados enemigos. Pero el costo fue devastador. Todos resultaron heridos y, tras los combates, quedaron atrapados en el interior de la montaña, sin salida, sin comunicación y con el aire envenenado por humo y explosiones.
Los últimos escritos de Torres, apenas legibles, muestran la crudeza de su final: uno a uno sus compañeros murieron a causa de heridas y agotamiento. Sullivan, el más joven, cumplió su promesa: enterró a cada uno con cruces hechas de bisturís, alineados en formación militar, y luego sucumbió frente a la entrada, aún con las herramientas en la mano.
El hallazgo en 2015 no solo cerró un capítulo olvidado, sino que reescribió la historia. Los cinco médicos no desaparecieron: salvaron Europa de un resurgimiento nazi en los Alpes, adelantaron técnicas médicas que décadas después serían reconocidas en hospitales, y murieron con la dignidad de soldados que eligieron luchar hasta el final.
El Departamento de Defensa reconoció que su sacrificio evitó un conflicto que habría costado cientos de vidas y prolongado la guerra. Hoy, el lugar se conserva como un memorial. Y Margaret O’Brien, ya anciana, pudo finalmente visitar la tumba improvisada de Tommy, el joven que le prometió volver a casa.
Su historia es un recordatorio eterno: no todos los héroes empuñan rifles; algunos llevan batas, bisturís y corazones dispuestos a sanar… incluso cuando la guerra los obligó a luchar con las mismas manos que estaban hechas para salvar vidas.