El 17 de julio de 1987, una tranquila mañana de viernes en la Ciudad de México se convirtió en el inicio de un misterio que se prolongaría por más de tres décadas. Nelson Antonio Silveira, un respetado gerente del Banco Nacional de México (Banamex), desapareció de repente, llevándose consigo una suma enorme de 5 millones de cruzados. Nelson no era un delincuente común; era un pilar de la comunidad, un esposo y padre dedicado, y un empleado con 18 años de servicio impecable. Su desaparición, junto con el dinero, se transformó en el mayor escándalo financiero en la historia del país, un enigma que mantuvo en vilo tanto a la policía como a su familia durante muchos años.
En ese entonces, Nelson Antonio Silveira, de 43 años, representaba la imagen misma del éxito y la confiabilidad. De 1,75 m de estatura, cabello entrecano cuidadosamente peinado y un bigote prolijamente recortado, irradiaba la seriedad propia de un banquero de los años 80. Siempre vestía trajes oscuros con hombreras marcadas y corbatas anchas de patrones geométricos. Portaba un maletín de cuero italiano, obsequio del banco tras su ascenso. Comenzó como secretario y ascendió gracias a su dedicación, competencia y, sobre todo, su reputación de honestidad inquebrantable.
Durante cinco años fue gerente de la sucursal del Centro Histórico de la Ciudad de México, supervisando transacciones millonarias a diario. Sus superiores lo consideraban uno de los empleados más confiables, otorgándole acceso a sistemas y privilegios de gran nivel. En su vida personal, organizada con el mismo rigor, estaba casado con Carmen Lúcia Silveira y tenía dos hijos, Rodrigo y Patrícia. Llevaban una vida cómoda pero discreta, lejos de cualquier ostentación.
El 17 de julio de 1987, Nelson llegó al banco como de costumbre, aunque sus colegas notaron una tensión inusual. A las 12:00 horas ingresó a la bóveda central, utilizó sus códigos de acceso autorizados y en apenas 20 minutos colocó 5 millones de cruzados en dos maletines que había llevado desde su casa. A las 12:45 salió del banco, saludó al guardia y condujo su Chevrolet Opala plateado modelo 1985. Nadie imaginó que presenciaban el mayor robo en la historia bancaria del país.
El delito fue descubierto hasta el lunes siguiente, durante una auditoría sorpresa. Nelson jamás volvió a casa. Un mes más tarde, su vehículo apareció abandonado en el estacionamiento del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, con una nota manuscrita: “Perdónenme, no tuve otra opción. El dinero está a salvo.” La policía sospechó que había huido al extranjero. Durante años surgieron supuestos avistamientos en Argentina, Uruguay y Estados Unidos, pero todos resultaron falsos.
En 1990, su esposa Carmen solicitó la declaración oficial de fallecimiento para asegurar el futuro de sus hijos. El caso se volvió leyenda, y el nombre de Nelson se convirtió en sinónimo de traición. En 2013, sus hijos adultos iniciaron una campaña para encontrarlo, sin éxito. Carmen murió en 2010 sin saber la verdad.
Esa verdad emergió el 9 de julio de 2023. Javier Bautista Olvera, un pescador retirado, probaba un sonar en el Lago Catemaco, Veracruz, cuando halló el Chevrolet Opala sumergido a 15 metros de profundidad. Dentro, aún sujeto con el cinturón de seguridad, yacían los restos de Nelson Antonio Silveira. La autopsia reveló que había muerto ahogado. Lo más impactante: los dos maletines con casi todo el dinero, perfectamente conservados. Nelson había muerto sin gastar un solo billete.
Los documentos hallados mostraban que había comprado un terreno falso cerca del lago para ocultar el dinero antes de huir a Europa con un pasaporte apócrifo. Pero aquella noche, perdió el control del auto y cayó al lago. El hombre que ideó un plan perfecto terminó víctima de un accidente banal.
Entre sus pertenencias había fotos familiares y cartas inconclusas dirigidas a su esposa e hijos, donde pedía perdón. Para Rodrigo y Patrícia, hoy adultos, la revelación fue dolorosa pero también un alivio: siempre supieron que su padre jamás los habría abandonado voluntariamente.
El dinero recuperado fue devuelto a Banamex, aunque tras décadas de inflación ya carecía de valor real. Sin embargo, el hallazgo tuvo un enorme peso simbólico. El caso de Nelson se estudia hoy en cursos de criminología y seguridad bancaria en todo México, recordando que incluso las personas más confiables pueden sucumbir a la tentación.
El Lago Catemaco, escenario de la tragedia, tiene ahora una placa conmemorativa. El Chevrolet Opala de Nelson se exhibe en el Museo Histórico de Veracruz, como un silencioso monumento a un hombre que lo tuvo todo, pero lo perdió todo en su vana persecución de otro destino. La historia de Nelson Antonio Silveira es una lección imborrable: el crimen jamás trae beneficios, ni siquiera cuando está planificado hasta el último detalle.