La selva de Chiapas revela sus secretos: Cómo el hallazgo de un buzo resolvió un caso de asesinato y desaparición de hace dos años

La selva de Chiapas es un mundo aparte: un laberinto de manglares, árboles de ceiba cubiertos de enredaderas y un silencio tan profundo que se siente vivo. El 14 de noviembre de 2015, ese silencio fue roto por los ruegos de una esposa aterrorizada y el rugido implacable de las lanchas de búsqueda. Un padre de 37 años, Willard Conincaid, y su hijo de un año, Tadeo, habían desaparecido sin dejar rastro durante una cacería de patos, dejando a su familia en una agonía insoportable. La desaparición provocó una búsqueda frenética, pero lo que los buscadores encontraron en su lugar no fue un rescate; fue un homicidio, un asesinato brutal que dejó a un agente de policía local muerto por un disparo de escopeta. Durante dos años, el misterio se mantuvo, el caso se enfrió y la selva guardó sus secretos celosamente. Hasta que un descubrimiento casual, hecho por un buzo de mantenimiento a kilómetros de distancia de donde ocurrió el crimen, sacó a la luz una pieza de evidencia impactante que reescribió por completo lo que sucedió ese trágico día.

La mañana había comenzado con la promesa de una excursión perfecta de padre e hijo. Willard, un cazador de patos, estaba ansioso por compartir su pasión con su pequeño hijo. Su esposa, Juniper Conincaid, los dejó en un remoto muelle justo antes del amanecer. Iban vestidos con camuflaje completo y Tadeo llevaba un gorro azul. Willard llevaba su posesión más preciada, una escopeta Craig Hoff de alto rendimiento, una pieza central de su colección. Cuando dieron las 7 de la tarde y aún no habían regresado, la inquietud de Juniper se convirtió en pánico. Los sonidos familiares de la selva se habían callado. El zumbido lejano de los motores de las lanchas y el estruendo de las escopetas habían desaparecido, reemplazados por el chapoteo siniestro de criaturas invisibles y el pesado aire húmedo. Condujo por los caminos perimetrales, tocando el claxon en la oscuridad, pero no recibió respuesta. A las 10 de la noche, los reportó como desaparecidos, proporcionando una imagen de un Willard sonriente con un Tadeo riéndose en su regazo, una imagen de alegría pura ahora transformada en un símbolo de sus peores miedos.

Al amanecer, el tranquilo muelle se había convertido en un bullicioso centro de comando. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales se unió al departamento del alguacil local en una carrera desesperada contra el tiempo. La vulnerabilidad de un niño de un año en el entorno implacable creó un reloj de cuenta regresiva que se cernía sobre toda la operación. Aerodeslizadores se deslizaron sobre el agua, helicópteros con cámaras térmicas volaron bajo y unidades caninas buscaron en las orillas fangosas. Pero el entorno era un adversario en sí mismo, un complejo laberinto de vías fluviales y densos manglares que se tragaban la luz y el sonido. A pesar del esfuerzo hercúleo, no encontraron nada. Ni un barco volcado, ni equipo flotando, ni rastro de Willard o Tadeo. Era como si la selva simplemente se los hubiera tragado.

Luego, el 16 de noviembre, solo dos días después de la búsqueda, el caso dio un giro brutal e inesperado. Un equipo de búsqueda, que trabajaba en un sector remoto, se topó con una patrulla abandonada. Pertenecía a la agente Odilia Vancraftoft, un miembro respetado de la policía local. A solo 50 metros de distancia, escondida en un espeso manglar, la encontraron. Estaba muerta, baleada varias veces con una escopeta. La ubicación estaba cerca de donde Willard estaba cazando, y el tipo de arma coincidía con la suya, lo que fue algo devastador. La cronología situó su muerte muy cerca de la desaparición de los Conincaid. Las implicaciones fueron inmediatas y horripilantes: ¿Willard Conincaid había asesinado a un agente de policía?

El descubrimiento lo cambió todo. La misión de rescate fue suspendida y reemplazada por una investigación de homicidio. Los investigadores se enteraron de que la agente Vancraftoft había estado en la zona en una patrulla de rutina, respondiendo a quejas de desechos ilegales. La evidencia era circunstancial pero convincente. El tipo de arma coincidía, el momento era el adecuado y un hombre que conocía la selva íntimamente estaba desaparecido. La teoría se afianzó: Willard era un fugitivo, un asesino que había matado al agente para escapar. Pero la teoría no cuadraba con quienes lo conocían. Juniper Conincaid rechazó la idea con vehemencia, suplicando a las autoridades que continuaran buscando a su esposo e hijo como víctimas, no como perpetradores. Sus ruegos se perdieron en la fría realidad de las pruebas. Durante dos años, el caso se mantuvo en un punto muerto frustrante. La escena del crimen arrojó pocas pruebas forenses y la búsqueda masiva de los Conincaid no encontró nada. La investigación se enfrió, dejando a la comunidad atormentada por un misterio que parecía destinado a no ser resuelto.

Dos años después, en noviembre de 2017, la selva finalmente entregó una parte de su secreto. El avance no provino de un renovado esfuerzo de investigación, sino de un trabajo de mantenimiento de rutina no relacionado. Rhett Gable, un buzo industrial especializado en infraestructura submarina, estaba trabajando en un profundo cenote a kilómetros de la escena del crimen original. La visibilidad era casi nula, lo que lo obligaba a trabajar al tacto y con su luz de buceo. Mientras se movía a lo largo de un cable de fibra óptica, su equipo chocó con algo grande y sólido enterrado en el sedimento. Era un estuche grande, negro y rígido. Su curiosidad aumentó, quitó el lodo y lo abrió. Dentro, cuidadosamente desarmada y empaquetada en recortes personalizados, había una escopeta. A pesar de la suciedad, su calidad era innegable. La marca, visible a lo largo del cañón, era inconfundible: Craig Hoff.

El descubrimiento fue profundamente extraño. Una escopeta costosa y de alta gama no se había perdido; había sido desechada deliberadamente. La ubicación, a kilómetros de donde los Conincaid habían estado cazando, y la condición, desarmada y en su estuche, sugerían un desecho metódico, no un acto de pánico. Rhett, inicialmente tentado a quedarse con el valioso hallazgo, fue convencido por su esposa, Alyssa, de entregarlo a las autoridades. Ella reconoció las posibles implicaciones de un arma desechada en la selva y la conocida historia de los cazadores desaparecidos. Rhett contactó al departamento del alguacil y les proporcionó la escopeta y las imágenes submarinas que había capturado.

El número de serie del arma aún era legible, y una rápida verificación del Registro Nacional de Armas de Fuego confirmó lo que los investigadores esperaban y temían. La escopeta Craig Hoff pertenecía a Willard Conincaid. La noticia reavivó el caso sin resolver y trajo una nueva ola de angustia a Juniper. El misterio de lo que les sucedió a su esposo e hijo no estaba más cerca de resolverse, pero ahora había una pieza de evidencia tangible. La investigación ahora enfrentaba su pregunta central e inevitable: ¿fue esta el arma utilizada para asesinar a la agente Vancraftoft?

La escopeta fue enviada de inmediato al laboratorio de criminalística estatal para un análisis forense detallado. Pero los resultados trajeron un revés frustrante. A diferencia de los rifles o las pistolas, las escopetas no dejan marcas microscópicas únicas en los proyectiles que disparan. El cañón liso de la escopeta impide que deje una firma individualizada. Las postas recuperadas del cuerpo de la agente Vancraftoft eran perdigones estándar, consistentes con el calibre de la escopeta, pero una coincidencia balística directa era imposible. El laboratorio de criminalística solo pudo confirmar que la Craig Hoff pudo haber disparado los tiros fatales, no que lo hizo.

Este estancamiento balístico profundizó el misterio. El descubrimiento del arma, aunque dramático, no proporcionó una respuesta definitiva. Su condición y ubicación solo se sumaron a la confusión. Si Willard hubiera asesinado al agente en una confrontación repentina, ¿por qué se tomaría el tiempo de desarmar su escopeta, asegurarla en su estuche y transportarla a kilómetros de distancia antes de tirarla? Parecía inconsistente con la narrativa de un fugitivo desesperado. La posibilidad de una tercera persona, de que Willard y Tadeo también fueran víctimas, comenzó a ganar fuerza.

La investigación cambió de rumbo, ahora enfocada en la razón original por la que la agente Vancraftoft estaba en la zona: el desecho ilegal. Los investigadores teorizaron que ella pudo haberse topado con una operación de desecho ilegal y haber sido asesinada para asegurar su silencio. El enfoque se centró en una empresa constructora local con un historial de quejas ambientales. Imágenes satelitales y registros financieros sugirieron que estaban desechando ilegalmente residuos peligrosos en sectores remotos de la selva. Quizás Willard y Tadeo también habían presenciado la actividad ilegal y corrieron la misma suerte.

Se llevó a cabo una redada de alto riesgo en el patio de la empresa constructora. Los investigadores encontraron pruebas significativas de violaciones ambientales e incautaron varias escopetas de la oficina privada del propietario, confiados en que habían encontrado las armas del asesinato. La narrativa parecía clara. Pero los resultados del laboratorio de criminalística fueron otro golpe brutal: ninguna de las escopetas incautadas a la empresa constructora estuvo involucrada en el asesinato de Vancraftoft. El desecho ilegal era un delito separado, y la redada, si bien tuvo éxito en descubrirlo, fue un callejón sin salida en la investigación de homicidio. El desecho ilegal fue simplemente la circunstancia que había colocado a la agente Vancraftoft en la zona, una trágica intersección de una patrulla de rutina con una intención mortal. La investigación estaba de nuevo en el punto de partida.

La escopeta Craig Hoff siguió siendo la única conexión tangible, pero su historia seguía siendo elusiva. El misterio de su cuidadoso y metódico desecho en el profundo cenote seguía siendo una pregunta profunda y desconcertante. Por un momento, la selva había entregado su secreto, pero la verdad aún estaba enterrada en las turbias profundidades. El caso, ahora más complejo que nunca, sigue desconcertando a los investigadores. La verdad permanece en algún lugar de la vasta e impenetrable selva, una trágica historia de un padre y un hijo que se desvanecieron, un agente de policía que fue asesinado y una escopeta que guarda la única clave.

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