
En la primavera de 2017, la vida de una familia en Guadalajara se detuvo abruptamente. Karla Lozano, una joven de 22 años estudiante de diseño, salió de su casa con rumbo al Bosque La Primavera, una zona de reserva natural en las afueras de la ciudad. Su intención era realizar una caminata corta por el sendero Las Águilas, un lugar popular por sus vistas y su aparente tranquilidad.
Sin embargo, en un acto desconcertante, dejó su mochila, su identificación y su teléfono móvil de alta gama dentro de su vehículo, estacionado y cerrado. Esto desató las alarmas de sus seres queridos, pues una joven con su experiencia en excursiones nunca se habría adentrado en la zona con tan pocas provisiones o sin comunicación.
El caso de Karla pronto se sumó a las dolorosas estadísticas de personas ausentes en Jalisco. Durante semanas, la Fiscalía Estatal y la Policía de Investigación montaron un operativo masivo, apoyados por brigadas de búsqueda comunitarias y voluntarios. Los equipos con perros rastreadores perdieron la pista a pocos metros de la entrada del sendero.
A pesar de utilizar helicópteros de reconocimiento y cámaras de visión nocturna, la espesa vegetación de la zona boscosa y los profundos barrancos hicieron que los esfuerzos fueran inútiles. La ineficacia del primer despliegue dejó el caso en un punto muerto, y la familia, desesperada, sintió que las autoridades habían dejado de buscarla en vida, permitiendo que el misterio se congelara durante cuatro largos meses.
La esperanza regresó de la manera más insólita y tecnológica. En octubre de ese mismo año, una unidad especializada de la Policía de Investigación, probando un nuevo dron equipado con tecnología termográfica de alta sensibilidad en un ejercicio de entrenamiento, sobrevoló una zona remota y accidentada del bosque, muy lejos de las rutas de senderismo.
Allí, el equipo detectó una sutil pero persistente anomalía de calor bajo las enormes raíces de un antiguo ahuehuete. Este calor residual no se ajustaba al patrón de un animal silvestre ni al de una roca calentada por el sol, sino a algo inmóvil y cubierto.
El equipo de tierra, con ayuda de personal de rescate, tuvo que abrirse paso con machetes a través del monte espeso para llegar al punto marcado por el dron. La escena era desoladora: el sitio era inaccesible y la tierra bajo el árbol parecía recién removida, a pesar del tiempo transcurrido. Tras una meticulosa excavación, se confirmó el terrible hallazgo: los restos humanos de Karla Lozano.
La investigación determinó que la ubicación fue seleccionada específicamente por su aislamiento y el camuflaje natural ofrecido por el árbol. El rastro térmico que condujo al descubrimiento fue causado por el material con el que cubrieron el sitio, que logró retener una mínima cantidad de calor ambiental que el dron logró captar, revelando el secreto enterrado.
Este descubrimiento convirtió la desaparición en un caso de acto intencional grave, obligando a una reorientación inmediata de la investigación. El análisis forense de la zona reveló dos piezas clave que apuntaban a un responsable: un fragmento de cuerda de nailon industrial y un botón de plástico negro que coincidía con el utilizado en uniformes de trabajo de ciertas industrias locales.
Estas pistas permitieron a la Fiscalía dejar de lado la hipótesis del accidente. La investigación inicialmente se centró en un vigilante de ranchos cercano, cuyo uniforme coincidía con la descripción, pero su coartada fue verificada y fue descartado por la ausencia de pruebas directas que lo vincularan al suceso.
El verdadero avance llegó a través de la minería de datos celulares. Un experto logró reconstruir los movimientos de la joven y, de manera crucial, encontró que el teléfono de Mauricio Herrera, su exnovio, se había activado en una antena cercana al área del bosque en el momento en que se cree que Karla desapareció.
Esto contradecía completamente las declaraciones de Mauricio, quien había asegurado estar en casa. Con la presión de esta nueva evidencia, los investigadores obtuvieron órdenes para registrar su vehículo y su propiedad, buscando cualquier conexión con el fragmento de cuerda y el botón.
Los registros revelaron la verdad silenciada: en el garaje de Mauricio se encontró un rollo de cuerda de nailon idéntico al encontrado en la escena del descubrimiento. Además, se recuperó un recibo de un autolavado con fecha del día posterior a la desaparición, lo que sugería un intento de eliminar pruebas del vehículo.
El golpe de gracia fue la recuperación de datos de un teléfono viejo que Mauricio intentó ocultar; dentro, se encontraron fotografías de Karla con vida, tomadas por él mismo en el mismo sendero el día de su partida. Esta evidencia irrefutable demostró su presencia en el lugar de los hechos.
La Fiscalía presentó la acusación formal basada en las pruebas físicas y digitales, logrando que Mauricio Herrera fuera declarado culpable y sentenciado por el trágico evento. El único indicio del móvil, según la evidencia, fue la amarga frase que se le escuchó murmurar en una intercepción telefónica: “Ella arruinó todo”.