
Las Barrancas del Cobre, en el corazón de la Sierra Tarahumara de Chihuahua, son un lugar donde la majestuosidad de la naturaleza se encuentra con leyendas ancestrales. Es una tierra de abismos profundos y silencios eternos, donde es fácil sentirse pequeño y, a veces, perderse para siempre. El 27 de junio de 2018, lo que prometía ser el viaje de sus vidas para dos amigas inseparables, se convirtió en uno de los casos más insólitos y escalofriantes en la historia reciente de México. Siete años después, el misterio no solo persiste, sino que ha revelado una verdad que desafía toda lógica.
El Hallazgo en el Mirador del Silencio
Brenda Martínez, una carismática maestra de primaria de Guadalajara, y Sabina Reyes, una talentosa fotógrafa de Monterrey, llegaron a Chihuahua con el sueño de documentar la belleza salvaje de la sierra. Eran expertas, metódicas y prudentes. Sin embargo, días después de iniciar su ruta cerca del cañón de Urique, el silencio se apoderó de todo.
Fue un guía local rarámuri quien dio la voz de alarma al encontrar sus pertenencias. En un paraje remoto, lejos de las rutas turísticas habituales, halló las mochilas de las chicas recargadas ordenadamente contra una roca. Todo estaba ahí: carteras con efectivo, identificaciones, botellas de agua y la costosa cámara de Sabina en su estuche. No había señales de violencia, ni de lucha. Parecía que se hubieran esfumado en el aire.
“En mis años recorriendo la barranca, nunca vi algo así”, declaró el comandante de Protección Civil a cargo de la búsqueda inicial. “Nadie deja su equipo y su agua en este desierto de piedra a menos que planee volver en cinco minutos. Pero nunca volvieron”.
La Búsqueda Imposible
La Fiscalía General del Estado desplegó un operativo masivo. Helicópteros sobrevolaron las quebradas y brigadas de búsqueda peinaron el terreno. Pero la sierra guardaba sus secretos. El detalle más inquietante provino de la unidad canina K9. Los perros, entrenados para encontrar personas en las peores condiciones, siguieron el rastro hasta una formación rocosa conocida por los locales como “La Puerta del Diablo”. Ahí, los animales se detuvieron en seco, gimiendo y girando en círculos, aterrorizados por algo que sus entrenadores no podían ver. El rastro olfativo simplemente se cortaba, como si la tierra se las hubiera tragado.
Las señales de sus celulares mostraron algo imposible: conexiones fugaces a antenas situadas a cientos de kilómetros de distancia, en direcciones opuestas, horas después de su desaparición física. El caso se cerró provisionalmente, dejando a dos familias mexicanas destrozadas y un expediente acumulando polvo en los archivos de los desaparecidos.
El Regreso desde las Sombras
El tiempo en México avanza rápido entre noticias y tragedias, y siete años pasaron volando. La esperanza se había extinguido, hasta que ocurrió lo inexplicable. En un amanecer frío en el Pueblo Mágico de Creel, una mujer apareció tambaleándose frente a una clínica rural.
Estaba desnutrida, con la piel casi transparente por la falta de sol y el cabello totalmente canoso. Vestía harapos hechos de fibras naturales y cuero viejo. Cuando los médicos lograron estabilizarla, ella susurró un nombre que sacudió a las autoridades: “Soy Sabina Reyes”.
La confirmación de identidad mediante ADN fue un shock nacional. Pero lo más impactante no fue su regreso, sino su relato. Sabina no había estado perdida en el bosque. Había estado debajo de él.
Los Guardianes de la Barranca
Con la voz quebrada y una sensibilidad extrema a la luz, Sabina narró una historia que parecía sacada de una leyenda prehispánica. Contó que, huyendo de una tormenta repentina, ella y Brenda encontraron refugio en una cueva que resultó ser la entrada a un sistema inmenso de túneles.
Allí abajo, no estaban solas. Sabina describió una comunidad: los “Guardianes del Silencio”. Personas que, a lo largo de décadas o incluso siglos, habían encontrado ese lugar y decidido quedarse, o que nunca pudieron salir. Vivían en una sociedad adaptada a la oscuridad, alimentándose de hongos y agua mineralizada de los mantos acuíferos profundos.
“No es una prisión con rejas”, explicó Sabina a los psicólogos de la Fiscalía. “Es el abismo mismo el que te atrapa. El tiempo no existe ahí abajo”.
La parte más dolorosa de su testimonio fue sobre Brenda. Según Sabina, su amiga no logró salir. En un acto final de valentía, Brenda provocó una distracción en los túneles inferiores para permitir que Sabina encontrara una salida secreta hacia la superficie. “Ella se sacrificó para que alguien pudiera contar la verdad”, dijo Sabina.
El Último Viaje
El hallazgo posterior de la cámara de Sabina por unos estudiantes de geología corroboró partes de su historia. Las fotos recuperadas mostraban formaciones rocosas subterráneas y siluetas humanas observando desde la penumbra, imágenes que los expertos no han podido explicar racionalmente.
Pero el misterio tenía un último capítulo. Un mes después de su rescate, mientras se recuperaba en un hospital privado en Monterrey, Sabina desapareció de nuevo. Las cámaras de seguridad la grabaron saliendo por su propio pie en la madrugada.
Dejó una nota en su buró: “Cumplí mi promesa. Conté su historia al mundo. Pero mi lugar ya no está aquí arriba, entre el ruido. Brenda me espera. Regreso a casa”.
Las autoridades rastrearon su paradero hasta la misma zona en las Barrancas del Cobre. Encontraron huellas frescas de sus zapatos deportivos dirigiéndose inequívocamente hacia una grieta profunda, perdiéndose en la oscuridad de la tierra.
Hoy, la zona está acordonada y se considera de alto riesgo. El caso de Brenda y Sabina sigue abierto, clasificado como un “suceso extraordinario”. Para muchos, es una tragedia más de la montaña; para otros, la prueba definitiva de que en las entrañas de México existen mundos que no estamos preparados para comprender. Si alguna vez visitas las Barrancas y sientes que el silencio te observa, no te detengas. Podría ser que los Guardianes estén cerca.