
Todo parecía perfecto en aquel día de 1972 cuando una joven pareja, llena de vitalidad y entusiasmo, decidió emprender una aventura en la montaña eligiendo una ruta que prometía ser sencilla y sin mayores complicaciones, ideal para disfrutar de la naturaleza durante una semana sin la necesidad de escalar cimas peligrosas o enfrentar climas extremos.
Sus amigos y familiares los despidieron con alegría y bromas, esperando su regreso para el fin de semana, pues ambos tenían compromisos importantes y celebraciones familiares que atender, sin imaginar que aquella despedida sería la última y que la montaña se convertiría en el escenario de un misterio que perduraría por décadas.
A pesar de su inexperiencia relativa, confiaban en que el sendero marcado y el buen tiempo serían suficientes para garantizar su seguridad, pero contra todo pronóstico, simplemente se esfumaron como si la tierra se los hubiera tragado, dejando atrás un vacío inmenso y una serie de preguntas sin respuesta que atormentarían a sus seres queridos durante cuarenta largos años.
Las labores de búsqueda comenzaron tan pronto como se reportó su ausencia, movilizando a equipos de rescate, voluntarios y lugareños que peinaron la zona palmo a palmo, revisando cuevas, refugios y senderos sin encontrar ni una sola pista, ni un rastro de hoguera, ni un trozo de tela que indicara su paradero.
La frustración crecía con cada día que pasaba, y aunque surgieron testimonios vagos de personas que creían haberlos visto, ninguna pista condujo a nada concreto, dejando a las autoridades y a las familias con la dolorosa incertidumbre de no saber si habían sufrido un accidente, si se habían perdido o si algo más siniestro había ocurrido en la soledad de los bosques.
Con el paso de los años, el caso se enfrió y pasó a formar parte de las leyendas locales, una historia triste sobre dos jóvenes que subieron a la montaña y nunca bajaron, mientras sus padres envejecían esperando una llamada que nunca llegó, aferrándose a la esperanza de encontrar al menos una pertenencia que les permitiera cerrar ese capítulo tan doloroso de sus vidas.
No fue hasta el año 2012, cuatro décadas después de aquel fatídico viaje, que el destino decidió revelar sus secretos gracias a un cazador que recorría una zona remota y poco transitada del bosque en busca de presas y pieles.
Al tropezar accidentalmente con la raíz de un árbol antiguo, notó que la tierra estaba removida de manera inusual y, al investigar más a fondo, descubrió un objeto extraño semienterrado que captó su atención de inmediato: un viejo frasco de cristal cubierto de musgo y tierra que había permanecido oculto al mundo durante todo ese tiempo.
Impulsado por la curiosidad, el hombre extrajo el recipiente y, tras limpiar la suciedad de años, vislumbró en su interior un paquete de papeles que, aunque afectados por la humedad, parecían contener escritos a mano, lo que le llevó a pensar que podría tratarse de algo importante, quizás un mensaje del pasado esperando ser leído.
Al llevar el hallazgo ante las autoridades, se confirmó lo impensable: aquellos papeles frágiles y descoloridos eran el diario de la pareja desaparecida en 1972, un testimonio silencioso que había sobrevivido a las inclemencias del tiempo para contar la verdad sobre sus últimos días.
Los expertos trabajaron meticulosamente para restaurar y descifrar el contenido, revelando una crónica que comenzaba con la alegría de la excursión y la descripción de los paisajes, pero que pronto tornaba hacia un tono de inquietud y miedo a medida que avanzaban las páginas.
Los escritos narraban cómo, tras unos días de caminata tranquila, la pareja comenzó a notar que no estaban solos, describiendo la presencia de individuos extraños que los observaban desde la distancia y encuentros con figuras hostiles que no parecían ser simples excursionistas, sino personas que ocultaban algo y que no deseaban testigos en su territorio.
La lectura del diario se volvió cada vez más angustiante al descubrir que la pareja no se había perdido ni accidentado, sino que había sido retenida contra su voluntad por estos desconocidos, quienes les arrebataron sus pertenencias y los mantuvieron bajo vigilancia constante, obligándolos a realizar tareas y privándolos de su libertad.
Las últimas entradas, escritas con urgencia y desesperación, describían el terror de saber que su destino estaba sellado y que las posibilidades de salir de allí eran nulas, plasmando en papel sus últimos pensamientos y el amor que sentían el uno por el otro.
En un acto final de valentía e ingenio, lograron esconder el diario en el frasco y enterrarlo bajo el árbol, dejando un mensaje desgarrador para quien lo encontrara:
“Si leen esta nota es que ya no estamos aquí, no sabemos quiénes son, nos retienen por razones desconocidas”, una frase que resonó con fuerza cuarenta años después, confirmando que su final no fue un accidente de la naturaleza, sino el resultado de la crueldad humana.