EL SECRETO BAJO LAS AGUAS DE VALLE DE BRAVO: LA ENCONTRARON 6 MESES DESPUÉS, SUSPENDIDA EN LA PROFUNDIDAD DEL LAGO

El Hallazgo en el Silencio de la Presa

El 14 de febrero de 2017, mientras muchas familias en México celebraban el Día del Amor y la Amistad, un equipo privado realizaba pruebas técnicas en las aguas de la Presa de Valle de Bravo, en el Estado de México. No buscaban a nadie; su misión era calibrar un nuevo equipo de sonar de alta resolución para mapear el fondo del lago, conocido por sus cambios abruptos de profundidad y sus corrientes frías. Sin embargo, el destino tenía otros planes.

En la pantalla de los monitores, en medio de la topografía gris del fondo lacustre, apareció una anomalía inquietante en una de las zonas más profundas, cerca de la zona conocida como “La Peña”. No parecía un tronco ni una formación rocosa habitual. El objeto flotaba verticalmente, suspendido en la columna de agua, desafiando la gravedad del abismo.

Cuando bajaron la cámara sumergible y las luces artificiales cortaron la oscuridad verdosa de esas profundidades, el silencio se apoderó de la lancha. Allí, conservada por la baja temperatura del agua en esa capa profunda, estaba la figura de una mujer. Llevaba una chamarra cortavientos de color amarillo brillante que contrastaba dolorosamente con la negrura circundante.

La cámara descendió más y reveló la razón por la que no había salido a la superficie: un bloque masivo de piedra estaba atado a sus tobillos con una cuerda de nailon gruesa. Era Elena “Elly” Padrón, la joven de 24 años que había desaparecido sin dejar rastro seis meses atrás en la reserva de Monte Alto. La presa, que los locales dicen que “toma y no devuelve”, había decidido hablar.

Un Viernes que Terminó en Misterio

La historia de Elena comenzó el 12 de agosto de 2016. Era una joven trabajadora, mesera en un restaurante popular de Avándaro, que soñaba con un día de paz lejos del ruido de los turistas y las comandas interminables. Ese viernes, aprovechando su día libre antes del turno del fin de semana, su amiga Sara la dejó en el estacionamiento de la entrada a los senderos de Monte Alto. Elena iba ligera: una mochila, agua, su celular y esa distintiva chamarra amarilla.

“Paso por ti a las seis”, prometió con una sonrisa antes de subir por el camino boscoso. Fue la última vez que Sara la vio con vida.

A las 9:15 AM, Elena envió un último mensaje de WhatsApp a su madre: “Ya voy subiendo. La señal está fallando. Sara pasa por mí en la tarde. Te quiero”. Después de eso, su teléfono se apagó para siempre.

Cuando cayó la tarde y el estacionamiento de Monte Alto quedó vacío, la angustia de Sara se convirtió en pánico. Elena nunca llegaba tarde al trabajo. La búsqueda que siguió fue exhaustiva. Protección Civil, binomios caninos y cientos de voluntarios peinaron la zona boscosa. Pero cerca de unos miradores de piedra, el rastro de Elena simplemente se evaporó. Durante medio año, la teoría de la Fiscalía fue un accidente trágico en la montaña, tal vez una caída en una barranca de difícil acceso. Nadie imaginaba que Elena nunca salió del bosque por su propio pie y que su destino final estaba bajo el agua.

La Evidencia que “Habló”

La recuperación de los restos fue una operación delicada. Cuando finalmente pudieron examinar a Elena en el Servicio Médico Forense (SEMEFO) de Toluca, la realidad del crimen superó las peores teorías. Los estudios confirmaron que no había heridas de arma blanca ni de fuego. La causa del deceso fue asfixia mecánica por sumersión. En términos sencillos y aterradores: Elena estaba viva cuando entró al agua.

Pero el agresor, en su brutal eficiencia, cometió un error técnico. Al atar el bloque de piedra de casi 30 kilos a los pies de Elena, utilizó una técnica muy específica. No eran nudos aleatorios hechos por el pánico. La cuerda de nailon amarillo estaba asegurada con un “nudo doble constrictor con lazo de seguridad”.

Este no es un nudo que usa un turista de fin de semana o un pescador local. Es un nudo industrial, utilizado por estibadores, trabajadores de estructuras metálicas y gente de obra pesada que necesita asegurar cargas con total fiabilidad. Es un nudo que, cuanto más se tira de él, más se aprieta. Esta “firma” profesional dio a los agentes de la Policía de Investigación, liderados por el comandante Miguel Soto, su primera pista real. No buscaban a un maníaco al azar; buscaban a alguien con habilidades manuales muy específicas, un experto en cargas.

El Rastro del Velador

La investigación giró hacia los accesos al lago. Para llevar a una persona y una roca pesada al medio de la presa sin ser visto, se necesitaba una lancha y privacidad absoluta. Los registros de la mayoría de los clubes náuticos estaban limpios, excepto uno: un pequeño embarcadero privado en una zona menos transitada del lago.

Allí, un nombre saltó a la vista en las bitácoras antiguas. Gerardo Valenzuela, un velador de 50 años, había trabajado el turno nocturno la fecha de la desaparición. Tres días después del suceso, Valenzuela renunció por teléfono, dejó su última quincena sin cobrar y desapareció.

Al investigar sus antecedentes en Plataforma México, todo encajó. Gerardo no era solo un velador; había sido capataz de obra y montador de estructuras industriales durante 15 años en el norte del país antes de mudarse al centro. Sabía de nudos. Sabía de cargas pesadas.

Aunque Gerardo había limpiado la pequeña casa que rentaba antes de huir, olvidó un cabo suelto. Un pago domiciliado a una pequeña bodega de almacenamiento en las afueras del pueblo. Cuando la Fiscalía obtuvo la orden para abrir la cortina metálica, encontraron un taller perfectamente organizado. Y allí, en un estante al fondo, estaba la prueba irrefutable: un carrete industrial de la misma cuerda de nailon amarillo encontrada en el cuerpo de Elena.

Más condenatorio aún fue el “comportamiento” visible en el almacén. Mangueras, cables y herramientas estaban atados y organizados usando exactamente el mismo nudo complejo: el doble constrictor. La “memoria muscular” de Gerardo lo había traicionado. En el momento de cometer el crimen, sus manos hicieron lo que habían hecho miles de veces en la obra: asegurar la carga para que no se moviera.

La Cacería en el Desierto

Gerardo se había convertido en un fantasma. Sabía vivir con poco, pagando todo en efectivo y evitando redes sociales. Los investigadores dedujeron que, siendo un hombre de oficio, habría regresado a lo que conocía: las zonas industriales o de construcción en el norte.

Su vieja camioneta pickup, una Dodge Ram verde con placas dadas de baja, fue la clave. El sistema de arcos carreteros detectó el vehículo meses después cruzando hacia el estado de Sonora. Se escondía en San Luis Río Colorado, una ciudad fronteriza rodeada de desierto, trabajando como jornalero bajo el nombre falso de “Sr. Jiménez”.

Vivía en un motel de paso, salía de madrugada y regresaba directo a encerrarse. Pero la policía ya lo tenía ubicado. Fue detenido una mañana de febrero, mientras salía con un café en la mano, creyendo que la distancia y el tiempo lo habían salvado.

La Fría Confesión

Ya en custodia y trasladado de regreso al Estado de México, ante la abrumadora evidencia física —la cuerda, los nudos, los registros de su ubicación— Gerardo confesó, pero su relato carecía de cualquier remordimiento humano.

Contó que esa tarde vio a Elena caminando por la carretera que baja de Monte Alto hacia el pueblo. Ella lucía cansada. Él se detuvo y le ofreció un “aventón” (un raite) en su camioneta. Elena, confiada y queriendo llegar pronto a casa, aceptó.

Pero en el trayecto, Gerardo desvió la ruta. Comenzó a hacer insinuaciones inapropiadas. Cuando Elena, asustada pero firme, le exigió que la bajara y amenazó con denunciarlo a la policía por acoso, Gerardo entró en pánico. Tenía antecedentes penales previos por riñas y sabía que cualquier denuncia lo regresaría al penal.

“No iba a volver a la cárcel por una denuncia”, dijo fríamente.

La golpeó para dejarla inconsciente, la llevó al embarcadero desierto donde trabajaba, usó una lancha del lugar y sus habilidades profesionales para atarla a una roca que usaban para atrancar un portón. Navegó hacia la zona profunda, apagó el motor y la lanzó al agua como si fuera escombro, creyendo que la presa guardaría su secreto.

Justicia Tardia

El juicio se llevó a cabo en los juzgados de Almoloya. La defensa intentó argumentar que fue un acto de pánico no premeditado, pero el Ministerio Público fue implacable: hubo tiempo para detenerse mientras conducía al muelle, hubo tiempo mientras buscaba la piedra, y hubo mucho tiempo mientras ataba esos nudos complejos y perfectos. Cada paso fue una decisión consciente de acabar con una vida para proteger su propia libertad.

Gerardo Valenzuela fue encontrado culpable de feminicidio y delitos vinculados a la desaparición de personas. Fue sentenciado a pena máxima, asegurando que pasará el resto de sus días tras las rejas.

Elena Padrón descansa ahora en el panteón municipal, lejos de las aguas frías, pero su historia perdura en la memoria de la comunidad. Nos enseña que la maldad a veces no tiene la cara de un monstruo de película, sino la de un oportunista cobarde que, por miedo a enfrentar las consecuencias de sus actos menores, es capaz de cometer la atrocidad más grande.

Hoy, la Presa de Valle de Bravo sigue siendo un destino turístico de belleza majestuosa, pero para aquellos que conocen la historia, sus aguas reflejan el recuerdo de una chamarra amarilla y la verdad que, afortunadamente, no pudo permanecer oculta en el fondo para siempre.

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