El misterio de Glacier: la desaparición de Elias e Ivy Marorrow y la pista que lo cambió todo

El 12 de julio de 2024, el cielo de Montana se teñía de tonos dorados y fríos sobre los picos irregulares de Glacier National Park. Para Elias Marorrow, un experimentado instructor de supervivencia de 32 años, aquel paisaje no era amenaza, sino refugio. Su plan parecía sencillo: una excursión nocturna junto a su hija de un año, Ivy. Una mochila roja especial la llevaba pegada a su espalda, mientras su esposa, Nora, confiaba en que, como siempre, él regresaría con puntualidad militar.

Pero al día siguiente, la espera se convirtió en angustia. Elias no apareció a la hora convenida. A las cuatro de la tarde, Nora, con un nudo en la garganta, contactó a los guardabosques. Era imposible: Elias jamás fallaba en sus planes, mucho menos con Ivy a su lado.

La desaparición

El último rastro conocido fue un mensaje de texto enviado a las 9:47 a.m. del 11 de julio. La foto mostraba a Ivy señalando a un pequeño chipmunk, con el comentario: “Le encanta esto. Nos vemos mañana, amor.” Después, silencio.

La búsqueda comenzó de inmediato. Helicópteros, brigadas de rescate, voluntarios, perros rastreadores y drones recorrieron el parque durante días. El terreno era implacable: bosques espesos, barrancos abruptos y un clima que cambiaba en minutos. Ni una huella, ni un objeto, ni un rastro. Todo parecía tragado por la montaña.

Con el paso de las semanas, la esperanza se volvió incertidumbre. Surgieron teorías crueles en internet: ¿habría Elias fingido su desaparición para vivir fuera de la red? Nora se aferraba a lo que conocía: su esposo jamás abandonaría a Ivy.

El hallazgo de la mochila roja

Nueve meses después, el 8 de abril de 2025, el silencio se quebró. Un excursionista, Caleb Voss, encontró algo enterrado bajo hojas de pino cerca de Red Rock Falls. Era la mochila roja de Ivy. Gastada, pero intacta.

El descubrimiento sacudió a los investigadores. El análisis forense reveló un detalle perturbador: la mochila no había estado a la intemperie todo ese tiempo. La tela, las correas y el relleno mostraban un desgaste mínimo. Había permanecido guardada en un lugar seco y protegido durante meses, y solo recientemente había sido dejada allí, como si alguien quisiera que la encontraran.

El hallazgo reactivó la investigación. Las pistas meteorológicas apuntaban a un deslizamiento de tierra en febrero de 2025 que pudo haber arrastrado la mochila desde un escondite hasta el lugar donde apareció.

El descubrimiento de la cueva

Siguiendo esa pista, un equipo especializado recorrió Stony Creek Basin, una zona de difícil acceso. El perro de rastreo marcó una abertura oculta entre rocas. Dentro, hallaron restos humanos.

La ropa, una chaqueta gris, y las pruebas dentales confirmaron lo impensable: era Elias Marorrow. Su cuerpo presentaba fracturas graves compatibles con una caída desde un acantilado. Todo apuntaba a que sobrevivió lo suficiente para arrastrarse a esa cueva en busca de refugio, pero no lo logró.

Lo más desconcertante: no había rastro de Ivy. Ni ropa, ni huesos, ni objetos de bebé.

El cuchillo que no pertenecía allí

En medio de los restos, los investigadores hallaron un cuchillo oxidado con el mango envuelto en paracord naranja. No era de Elias. Ranger Lena Caldwell reconoció inmediatamente el patrón del nudo: pertenecía a Amos Reed, un cazador furtivo con historial de trampas ilegales en la zona.

El hallazgo convertía la cueva en una escena de crimen. Elias no había estado solo.

La nota enterrada

Pocos días después, los rescatistas encontraron un pequeño escondite cerca de la cueva. Dentro había un mapa y una nota escrita de puño y letra de Elias: “Ivy está a salvo. Díselo a Nora.”

Las palabras encendieron un rayo de esperanza y, al mismo tiempo, un miedo profundo. Si Elias había confiado a su hija a alguien, ¿quién fue? Todo apuntaba a Reed.

El teléfono satelital y la señal perdida

El teléfono satelital de Elias nunca apareció. El rastreo reveló un único registro: el 13 de julio de 2024 a las 3:17 a.m., el dispositivo se encendió en una cresta cercana a la cueva. La llamada no se completó, pero el dato confirmaba que alguien más lo usó tras la muerte de Elias.

El rastro de Ivy

Una nueva evidencia cambió el curso: un contenedor plástico escondido en el bosque con un chupón azul, idéntico al de Ivy. El objeto, apenas desgastado, también había sido guardado en un lugar protegido antes de aparecer.

Semanas más tarde, un testigo en Idaho aseguró haber visto a un hombre que coincidía con Reed comprando pañales y leche en polvo en agosto de 2024. Pagó en efectivo y parecía nervioso.

La pista más inquietante apareció con el nombre de la hermana de Reed, Laya. Vivía en una cabaña cerca de Libby, Montana, y recientemente había inscrito a una niña en una guardería bajo el nombre de “Clara”. La edad coincidía exactamente con la de Ivy.

Un caso abierto

Hoy, la desaparición de Elias e Ivy Marorrow ya no es solo una historia de un accidente en la montaña. Es un misterio cargado de secretos, un padre muerto en circunstancias sospechosas, una niña que podría seguir viva y un hombre con antecedentes oscuros que se desvaneció en la sombra.

Para Nora, no hay dudas: “Él escribió que está a salvo. Tiene que estarlo.” Su lucha no se detiene, porque cada pista, por mínima que sea, mantiene encendida la esperanza de que algún día vuelva a abrazar a su hija.

Mientras tanto, Glacier National Park guarda silencio. Un silencio que pesa más que las montañas mismas.

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