“Se evaporaron” en el aeropuerto de Cancún: El trágico misterio de Roberto y Marta, resuelto 21 años después

El 27 de julio de 2002, una mañana cálida y húmeda, típica de la temporada en el Caribe Mexicano, marcó el inicio de uno de los misterios más desconcertantes en la historia reciente de desapariciones en México. La pareja de la Ciudad de México, Roberto Castillo, de 34 años, y Marta Romero, de 31, se despedía de sus parientes en Cancún tras una visita de 5 días. Habían viajado para celebrar el cumpleaños número 70 de la tía de Marta, Doña Concepción.

La celebración había reunido a familiares de varios estados y ahora, uno por uno, todos regresaban a sus ciudades. Roberto era ingeniero civil, trabajaba en una constructora de tamaño medio en la capital y estaba a punto de ser ascendido a gerente de proyectos. Marta, psicóloga, atendía en su consultorio privado y también colaboraba con una ONG dedicada a niños en situación de vulnerabilidad. Casados hacía 7 años, la pareja no tenía hijos, pero planeaba iniciar una familia pronto. Vivían en un departamento en la acomodada colonia Polanco, en la CDMX, y mantenían una vida estable y organizada.

Esa mañana, la pareja debía embarcar en el vuelo 317 de Volaris, con salida prevista para las 11:45 a.m. desde el Aeropuerto Internacional de Cancún. El taxi que los llevaría estaba programado para las 9:30. Según el primo de Marta, Carlos Eduardo, que los acompañó hasta la puerta, la pareja parecía tranquila y feliz, conversando animadamente sobre sus planes para el resto del año.

“Estaban normales, como siempre. Roberto comentó sobre un viaje que harían a Los Cabos a fin de año y Marta dijo que llamaría en cuanto aterrizaran en la Ciudad de México”, relató Carlos en su declaración inicial a la policía. El taxi llegó puntualmente y a las 9:32, según las cámaras de seguridad del fraccionamiento donde vivía Doña Concepción, el vehículo partió con la pareja.

Lo que debía ser un simple viaje de retorno se transformó en el inicio de un caso escalofriante. Roberto y Marta nunca llegaron al aeropuerto.

Las primeras horas tras el aterrizaje previsto en la CDMX pasaron sin mayor alarma. Los retrasos eran comunes. Pero cuando llegó la noche y ningún contacto se había hecho, la familia comenzó a preocuparse. Helena, hermana de Roberto, fue la primera en dar la voz de alarma. Tras varios intentos fallidos de contacto, llamó a la aerolínea y descubrió que sus nombres no figuraban en la lista de pasajeros del vuelo 317, ni de ningún otro. Los boletos habían sido comprados, pero el check-in jamás se realizó.

A la mañana siguiente, el 28 de julio, la desaparición fue denunciada formalmente, tanto en la capital como en Quintana Roo. La Fiscalía de Quintana Roo inició las pesquisas de inmediato, comenzando por el trayecto del taxi.

El conductor, Josimar Pinto, de 42 años, fue localizado ese mismo día. En su declaración, afirmó haber dejado a la pareja en la terminal del aeropuerto sobre las 10:15. “Estaban tranquilos, pagaron la carrera en efectivo, hasta me dieron una buena propina. Ayudé a sacar las maletas, me despedí y me fui. Nada fuera de lo normal”, declaró Josimar.

Sin embargo, las cámaras de seguridad del aeropuerto no registraron la entrada de la pareja. Un barrido completo de todas las grabaciones disponibles, cubriendo todas las entradas entre las 10:00 y las 12:00 horas, no mostró ninguna señal de Roberto y Marta.

Los días siguientes fueron de intensa movilización. Familiares viajaron desde la CDMX a Cancún. Carteles con las fotos de la pareja se esparcieron por la zona hotelera y el centro. La prensa local dio amplia cobertura al caso, que pronto ganó repercusión nacional. La policía buscó en hospitales, albergues e incluso en el Servicio Médico Forense (Semefo), sin éxito. Las compañías telefónicas confirmaron que ambos celulares no registraron más actividad después de las 9:40 de esa mañana.

La primera semana de investigación se centró en tres líneas: un posible secuestro, una fuga voluntaria o un crimen cometido durante el trayecto. El taxi y el conductor fueron examinados minuciosamente. El vehículo no presentaba señales de lucha. El GPS del taxi confirmaba la ruta declarada por Josimar, con una parada de aproximadamente 7 minutos en el aeropuerto. Su historial estaba limpio.

La fuga voluntaria parecía igualmente improbable. Tenían vidas estables, empleos bien remunerados y ningún problema financiero aparente. Las cuentas bancarias no fueron vaciadas. Los investigadores registraron su departamento en Polanco y encontraron todo en orden, como si realmente esperaran volver.

La tercera hipótesis, el secuestro, también presentaba inconsistencias. Ningún pedido de rescate fue hecho. Aunque tenían una situación cómoda, no eran millonarios como para ser un blanco obvio.

Tras dos semanas sin resultados, la policía amplió la investigación. Se revisaron registros de hoteles, puertos y aeródromos de la región. El delegado responsable, Ricardo Mendonça, declaró: “Estamos ante un caso extremadamente atípico. Es como si la pareja se hubiera evaporado entre el taxi y la terminal”.

En septiembre, la familia contrató a un detective particular, Ronaldo Martins, ex policía. Martins reconstruyó meticulosamente la estancia de la pareja y descubrió un detalle: la penúltima noche, Roberto había salido solo por unas horas, diciendo que necesitaba comprar un medicamento. Rastreó farmacias de la zona, pero nadie lo recordaba.

Mientras tanto, la Fiscalía de la CDMX investigaba posibles amenazas en la capital. La constructora de Roberto estaba en una licitación controvertida, pero nada indicaba que él estuviera involucrado en irregularidades.

El primer año pasó sin avances. El caso se enfrió, pero las familias no desistieron. Crearon una página web y organizaron vigilias anuales.

En 2004, un giro inesperado ocurrió. Un pescador encontró en las orillas de la Laguna Nichupté una mochila con documentos personales, entre ellos una tarjeta de crédito a nombre de Roberto Castillo. La mochila estaba deteriorada, pero el contenido era reconocible.

La investigación se reactivó. Equipos de búsqueda con buzos y perros rastrearon la zona. Nada más fue encontrado. La presencia de la mochila en ese lugar solo profundizó el misterio. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Por qué solo la mochila de Roberto?

Los años siguientes trajeron más pistas falsas. El caso permaneció estancado hasta 2010, cuando una serie de reportajes de investigación sobre los desaparecidos en México trajo de nuevo el caso a la atención pública. Presionadas, las autoridades de Quintana Roo y la CDMX anunciaron una fuerza de tarea conjunta para revisar casos no solucionados.

Utilizando tecnología no disponible en 2002, el equipo logró extraer nueva información. Un análisis forense del GPS del taxi de Josimar reveló una pequeña parada no declarada de 3 minutos en una calle secundaria, a 2 km del aeropuerto.

Josimar, localizado de nuevo, admitió que la pareja pidió parar brevemente para que Roberto comprara agua en una tiendita. “Fue algo tan rápido que ni me acordé”, afirmó. La tienda aún existía. Un empleado antiguo, Maurício Ferreira, fue localizado. No recordaba a la pareja, pero sí el día: “Recuerdo ese día porque fue cuando encontraron un cuerpo en el terreno baldío detrás de la tienda. La policía estuvo aquí toda la tarde”.

La Fiscalía consultó los registros y, en efecto, encontró el reporte de un cuerpo no identificado con signos de violencia, descubierto el 27 de julio de 2002. ¿Habría la pareja presenciado algo?

En 2015, 13 años después, una pista emergió de una fuente inesperada. Un ex miembro de una organización criminal, preso por otros delitos, ofreció información. Gilberto Santana, “Beto Sombra”, afirmó tener conocimiento indirecto sobre el caso.

“Lo que oí fue que confundieron al tipo con un agente federal que estaba infiltrado en la organización”, declaró Gilberto. “La pareja estaba en el lugar equivocado, a la hora equivocada. Los levantaron en la salida del aeropuerto, pensando que era el agente y su mujer”.

La Fiscalía Federal (entonces AFI) confirmó que, de hecho, había una operación de infiltración en marcha contra un cártel en Cancún en ese período. El agente infiltrado, cuya identidad permanece en sigilo, tenía características físicas similares a las de Roberto.

Esta teoría explicaría por qué nunca entraron al aeropuerto. Pudieron ser abordados en el estacionamiento, un punto ciego para las cámaras de 2002.

En 2018, análisis avanzados de ADN en la mochila encontrada en 2004 revelaron, además del material de Roberto, vestigios de otras dos personas. Uno de esos perfiles genéticos coincidió parcialmente con Augusto Méndez, un conocido sicario que había operado en la región y que fue abatido en 2005. La conexión con el crimen organizado era ahora innegable.

A finales de 2020, una denuncia anónima dirigió a los investigadores a una casa abandonada en una Región de Cancún. El informante afirmaba que la propiedad fue usada como casa de seguridad a principios de los 2000.

Con una orden judicial, los peritos realizaron una minuciosa inspección. La casa estaba en ruinas. En el sótano, accesible por una trampilla oculta bajo la escalera, los investigadores encontraron un gran armario metálico. Estaba cerrado por el óxido.

Lo que encontraron dentro dejó hasta a los policías más experimentados en estado de shock. Dos esqueletos humanos, lado a lado, en avanzado estado de descomposición.

Una alianza de oro con las iniciales R.C. Y M.R. y la fecha 15/10/95 fue encontrada junto a uno de los restos. Una cartera femenina deteriorada contenía fragmentos de una identificación con el nombre parcialmente legible: “Mar… Romero”.

No había más dudas. Roberto y Marta finalmente habían sido encontrados 21 años después.

El análisis forense preliminar indicó que ambos probablemente fallecieron por privación de oxígeno. Marcas en los huesos sugerían que habían sido atados. El armario del sótano había sido modificado como un compartimento oculto, sellando el trágico secreto por más de dos décadas.

La reconstrucción final, aceptada por la Fiscalía, fue la siguiente: la pareja fue dejada en el aeropuerto. Antes de entrar, fueron abordados en el estacionamiento por sicarios de Augusto Méndez. Confundidos con un agente federal y su esposa, fueron llevados a la casa de seguridad. Allí, dándose cuenta del error, los criminales enfrentaron un dilema: liberarlos y arriesgarse, o eliminarlos. Optaron por la segunda alternativa.

La mochila de Roberto, con el ADN de Méndez, probablemente fue arrojada a la Laguna Nichupté en un intento de borrar evidencia. La parada en la tiendita fue solo una trágica coincidencia.

En enero de 2023, el Ministerio Público presentó cargos formales contra tres personas ligadas a la organización de Méndez. El caso de Roberto y Marta fue oficialmente cerrado.

Para las familias, el hallazgo trajo un cierre doloroso. “Finalmente podemos darles un sepelio digno”, declaró Helena, hermana de Roberto. “Pero revivir el horror que deben haber pasado nos trae un sufrimiento insoportable”.

El caso generó importantes reflexiones sobre los protocolos de búsqueda de desaparecidos en México. En 2024, se aprobó la “Ley Roberto y Marta”, que establece protocolos más rigurosos y la creación de un banco de datos nacional unificado.

“Nadie comemora un desenlace como este”, afirmó el fiscal Antonio Barros, que lideró la investigación final. “Pero poder devolver a las familias la verdad y la posibilidad de un cierre es lo que nos mueve”.

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